jueves, 24 de marzo de 2011

Nada

-Esto es tan aburrido- Comenté mientras me deslizaba lentamente sofá abajo, tardándome pocos segundos en cada centímetro de la tela marrón, como si disfrutara el tiempo perdido en mi viaje hacia el piso.
Tú me miras desde la hamaca, balanceándote en un vaivén hipnótico, con tu rosada uña del dedo gordo del pie a tan solo milímetros de rascar la arena del suelo. Y, suspirando aún más lentamente que tu balanceo, me contestaste:
-No tienes percepción del descanso-.
Como deseé que en ese momento se rompieran las cuerdas que te mantenían suspendidas para que te dieras tremendo golpe y quedaras sobre la arena caliente. Pero el deseo no pasó más allá de mi cabeza.
Una ligera brisa surcó mi cuerpo desnudo, dándome calos fríos.
-¿No quieres salir, ir al parque?-
-Ya fui-.
-Al cine-.
-No hay nada nuevo-.
-A la playa-.
-Está atascada-.
-¿No quieres ir por un helado?-
-No se me antoja uno ahorita-.
-¿Qué tal si prendemos la tele?-
-No pasan nada bueno hasta después de las nueve-.
-¡Ya sé! ¿Y si te leo una historia?-
-hace rato que terminé el último de los libros-.
-Hm… bueno, ¿y si pongo la radio y escuchamos música?-
Levantaste la cabeza, después te levantaste los lentes oscuros y, por último, levantaste los párpados y me miraste con una mirada de condescendencia inconcebible.
–Tenía razón, no tienes precepción del descanso-. Para después cerrar de nuevo los ojos, bajarte los lentes oscuros y recargar la cabeza de nuevo en la almohada.
Empecé a escribir tu nombre en la arena, pero luego decidí mejor un poema, para acabar al final con un dibujo sin sentido.
-¿Y si te digo lo linda que eres?-
Sonreíste, pero fue lo único que hiciste.
-¿Y si te digo que eres increíblemente hermosa?-
Ya estaba levantado y a tu lado, acaricié tu brazo en mis manos, sentí acelerar tu pulso.
-¿Y si te empiezo a besar? ¿Qué vas a hacer entonces?-
Y, como un cuchillo cortando mantequilla, como ondas cruzando el estanque, como hoja seca crujiendo bajo mis pies, suspiraste:
-Nada-.