martes, 10 de mayo de 2011

Hidra.

1 La plaza está desierta, como todos los martes por la tarde. Puede que más. Yo estaba acostado en una banca a merced del viento.

2 Ya no se oía mucho, el sol se ocultaba detrás de las copas del campanario de la iglesia y los negocios cerraban. Todos se retiraban a su casa. Todos excepto yo.

3 Pajaritos, los lindos pajaritos cantaban su regreso a casa, llamando a sus aún más pequeños pajaritos para que regresen al nido y duerman todos juntos y calientitos los lindos pajaritos.

1 Aún conservo el traje de ese último día en la oficina. Esa oficina infernal donde no podía pasar un solo día sin tener que aguantarme las ganas de arrancarme los pelos y gritar de desesperación. Creo que lo único por lo que me gustaba trabajar ahí era por la excusa de usar este maravilloso traje de seda. Ahora ya no tengo esa excusa, pero claro que ahora ya no me importa.

2 Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, al menos eso dicen. ¿Pero si uno ya lo perdió todo entonces uno lo sabe todo?

1 Debería de escribir mi propio libro, mostrándole al mundo mi historia.

2 ¿Pero quién demonios querría leer la deprimente historia de un fracasado en la vida?

3 No tengo que ponerme tan agresivo, en realidad debería de disfrutar todo lo que puedo hacer ahora que no estoy encadenado a esas cosas complicadas como los negocios.

1 Además, fue mi culpa que mi dinero se me haya escurrido como arena de las manos.

2 Pero aquellos que lo "cuidaban" en realidad lo despilfarraban en las cosas más caras e inútiles. Jamás debí tener hijos ¿Dónde están ahora?

3 Yo les grité y los traté de una manera horrible, es comprensible que ahora no me respondan las llamadas o quieran verme.

2 No, la familia se cuida entre ella, si yo los traté de esa forma fue porque tenía que educarlos. Además ellos se lo buscaron ¿Qué más podía hacer?

3 Podría no haberles gritado, los gritos nunca son buenos.

1 ¿De qué estoy hablando?

2 ¿Dónde estaba, no oí lo que dije?

1 No, lo siento. Me distraje con ese magnífico ejemplar de mujer al otro lado de la calle.

2 Se parece a Valeria.

3 Valeria era muy linda, la mujer más linda que he visto en mi vida. La extraño mucho.

2 Pero me abandonó. Era una traicionera y nada más.

1 No debí de distanciarme tanto, de seguro eso fue lo que destruyó mi relación con ella.

3 Sus ojos eran tan profundos, como me encantaría poder hundirme de nuevo en ellos y perderme dentro de ella.

2 Soy un imbécil, ¿Es que no recuerdo que ella tampoco me quiso ayudar después de lo que pasé?

1 Al menos aún tengo el traje que me compró.

3 Se siente tan suave, me encantaba rozar la corbata contra mi cara cuando nadie me veía.

2 De seguro ella también nos robó.

1 Nadie nos robó, ¿Por qué no puedo aceptar que fue mi culpa?

2 Porque no fue mi culpa, fue de ellos en quien confiaba.

3 Confiaba en mis amigos y familiares, pero también los culpé de todo lo que pasó.

2 ¿Sé qué? Ya no puedo seguir con esto, así que si voy a seguir hablando de esto, yo me voy.

3 No, por favor no me voy, tengo que estar conmigo.

1 Ves, siempre echándole la culpa a los demás, si pudiera me daría una paliza.

2 Quisiera ver que lo intente.

3 No, no, no. Lo que menos necesito es tener una pelea.

1 Pues dime a este necio que debo de dejar de culpar a los demás.

2 Bueno, está bien, tengo la razón. Tal vez si tuve que ser menos egocéntrico.

1 Exacto, tengo que aprender a tomar responsabilidades por mis actos.

3 ¿Veo? Todo se soluciona.
Cálmame, mejor me siento.


2 Debería de hacer lo posible para recuperar a Valeria, y de ahí también a mis amigos.

1 Me va a costar mucho esfuerzo.

2 Pero puedo hacerlo, además me tengo a mí para darme apoyo.

3 ¡Claro que sí!

2 Pero ya es de noche.

3 No debería de andar caminando por ahí de noche, puede resultar peligroso con estas fachas.

1 Es mi traje favorito, por eso lo uso todos los días.

2 Bueno, pero acepto que está ya muy jodido.

1 Si, tiene hoyos por todos lados.

3 Tal vez hasta en el trasero.

1 Déjame checar… Sí, en el trasero también.

3 Jajajajajajajaja.

2 Ya mañana empiezo, hoy disfrutaré de la cálida noche en la plaza.

1 Nada más hay que cuidar que los perros no lleguen otra vez.

3 O que las ardillas nos vuelvan a robar los chocolates.

2 ¿Cuándo voy a aceptar que fui yo?

1 Ya me callo, tengo que dormir.

3 Buenas noches.

2 Buenas noches.

1 Buenas noches.

2 …

1

3 Hasta mañana, lindos pajaritos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Heridas de guerra.

A mi abuelo.

Todo empieza con un niño en la calle, a las afueras de un gran y prestigiado teatro. Un niño llamado Juan.
El niño, de apenas 5 años de edad, vende chicles para contribuir al ingreso familiar y no desaprovecha las ocasiones cuando puede meterse al teatro y deambular por lo pasillos y las butacas vendiendo chicles y mazapanes.
La gente del teatro, los acomodadores, los vendedores de boletos, de golosinas o de cigarros, incluso lo encargados del aseo empiezan a encariñarse con él y, poco a poco, le van permitiendo mayores libertades.
Cada vez es más raro verlo en los escalones fuera del teatro y más común tropezarse con él por los pasillos del edificio.
Llega un día en el que, presentado una gran producción, el teatro necesita muchas personas para cumplir con los papeles de soldados necesarios en una enorme batalla. Ya con poco tiempo, el teatro desesperado por encontrar suficientes personas, la compañía teatral recurre a Juan y el grupo de niños con el que se juntaba de vez en cuando para salir adelante con la representación.
Juan y los demás aceptan encantados. Velozmente se les da el vestuario de soldado y sus armas de utilería; a Juan le toca una larga lanza de madera.
La obra empieza, la historia se desarrolla, Juan y los demás esperan ansiosos sus momento de gloria en el escenario.
El momento llega, los encargados los apresuran a salir a escena. Un ejército de niños con ropa demasiado grande contra otro de iguales fachas.
Pero Juan y los demás no se desalientan por ello y representan su papel como si su vida dependiera de ello.
Gritan y maldicen como solo saben los niños de 5 años.
Estaba en tal grado de euforia que Juan nunca se esperó el repentino y penetrante dolor en las costillas que lo hizo doblarse sobre si mismo.
No se sorprendió mucho ante el descubrimiento de que otro niño, tomando como excusa el "realismo" de la batalla, aprovechaba la ocasión para llevar a cabo sus sádicos deseos de niño pequeño.
Juan se enojó bastante, pero sabía que algo muy malo pasaría si abandonaba su papel y saltaba sobre u agresor, después de todo eso no se hacía en la guerra, la guerra es noble.
Tomando las medidas necesarias y posibles a la mitad de una batalla teatral, Juan colocó su lanza verticalmente sobre el suelo del teatro y la dejó caer.
La lanza, ya sea gracias a la fuerza del destino, a la divina providencia o al más rudo karma, impactó sobre la cabeza del niño agresor con un ruido sordo, con el que este cayó al suelo con ambas manos en la cabeza y retorciéndose de dolor.
La escena acababa, debían salir, los llamaban desde atrás del telón, todos los soldados debían retirarse. Pero el agresor no podía.
Tuvieron que arrastrarlo fuera dos "soldados" antes de que el público explotara en aplausos y exclamaciones de júbilo, gritando y llenando al director de orgullo al decirlo que el realismo expresado en la batalla era uno jamás visto. Sobre todo el herido de guerra que tuvo que ser retirado. Ese muchacho llegará a ser un gran actor si sigue así.

domingo, 8 de mayo de 2011

Tónica.

-Tus shorts son muy cortos-.
-¿Disculpa?-
-Que tus shorts son muy cortos-.
El asiento temblaba por culpa del camino rocoso, cuando llegaron a la carretera pareció como si alzaran el vuelo.
-¿Traes música?-
-No, se quedó sobre mi cama-.
-¿Qué, tu Ipod?-
-No tengo Ipod, iba a traer unos discos-.
-Bueno, no funciona el reproductor de todos modos-.
-Si quieres te canto-.
Ahí estaba de nuevo ese tono que tanto esperaba, ese tonito que lo volvía loco y lo llenaba de enormes ganas de besarla en cada centímetro cuadrado de su cuerpo.
Pero no podía ahorita, no era el momento adecuado.
-Ok, cántame- sonrió y colocó la mano sobre su pierna.
Ella sonrió también y le acarició la mano, pensó en que cantar y tardó unos instantes en decidirse, pero empezó a tararear una linda tonada.
Él sonrió y siguió el ritmo con los dedos.
Cuando ella llegó a la parte que si se sabía nada más susurró las palabras :"Quizás, quizás, quizás".
Y ahí estaba ese tonito de nuevo. Ya no podría aguantarlo por mucho tiempo. Ese pinche tonito que no lo dejaba pensar en nada más que en arrancarle la ropa.
Pero no, no podía. No ahorita, no a la mitad de la carretera.
¿Por qué no?
Por que no era ni el momento ni el lugar.
¿Qué no era de noche y no había nadie en kilómetros?
Bueno, pero no era adecuado.
Pero ya lo han hecho antes.
Pero no era correcto.
¿Desde cuando importa lo que es correcto?
El auto frenó lentamente a un lado del camino.
Volteó a verla con media frase aún en la boca. Y la mano aún en su pierna.
Dormida.
Cerró los ojos y sonrió para si.
Volvió a acariciar su piel, se reclinó sobre ella y le dió un beso en la frente
Puso el auto de nuevo en marcha, el motor rompió el silencio de la carretera.