lunes, 9 de mayo de 2011

Heridas de guerra.

A mi abuelo.

Todo empieza con un niño en la calle, a las afueras de un gran y prestigiado teatro. Un niño llamado Juan.
El niño, de apenas 5 años de edad, vende chicles para contribuir al ingreso familiar y no desaprovecha las ocasiones cuando puede meterse al teatro y deambular por lo pasillos y las butacas vendiendo chicles y mazapanes.
La gente del teatro, los acomodadores, los vendedores de boletos, de golosinas o de cigarros, incluso lo encargados del aseo empiezan a encariñarse con él y, poco a poco, le van permitiendo mayores libertades.
Cada vez es más raro verlo en los escalones fuera del teatro y más común tropezarse con él por los pasillos del edificio.
Llega un día en el que, presentado una gran producción, el teatro necesita muchas personas para cumplir con los papeles de soldados necesarios en una enorme batalla. Ya con poco tiempo, el teatro desesperado por encontrar suficientes personas, la compañía teatral recurre a Juan y el grupo de niños con el que se juntaba de vez en cuando para salir adelante con la representación.
Juan y los demás aceptan encantados. Velozmente se les da el vestuario de soldado y sus armas de utilería; a Juan le toca una larga lanza de madera.
La obra empieza, la historia se desarrolla, Juan y los demás esperan ansiosos sus momento de gloria en el escenario.
El momento llega, los encargados los apresuran a salir a escena. Un ejército de niños con ropa demasiado grande contra otro de iguales fachas.
Pero Juan y los demás no se desalientan por ello y representan su papel como si su vida dependiera de ello.
Gritan y maldicen como solo saben los niños de 5 años.
Estaba en tal grado de euforia que Juan nunca se esperó el repentino y penetrante dolor en las costillas que lo hizo doblarse sobre si mismo.
No se sorprendió mucho ante el descubrimiento de que otro niño, tomando como excusa el "realismo" de la batalla, aprovechaba la ocasión para llevar a cabo sus sádicos deseos de niño pequeño.
Juan se enojó bastante, pero sabía que algo muy malo pasaría si abandonaba su papel y saltaba sobre u agresor, después de todo eso no se hacía en la guerra, la guerra es noble.
Tomando las medidas necesarias y posibles a la mitad de una batalla teatral, Juan colocó su lanza verticalmente sobre el suelo del teatro y la dejó caer.
La lanza, ya sea gracias a la fuerza del destino, a la divina providencia o al más rudo karma, impactó sobre la cabeza del niño agresor con un ruido sordo, con el que este cayó al suelo con ambas manos en la cabeza y retorciéndose de dolor.
La escena acababa, debían salir, los llamaban desde atrás del telón, todos los soldados debían retirarse. Pero el agresor no podía.
Tuvieron que arrastrarlo fuera dos "soldados" antes de que el público explotara en aplausos y exclamaciones de júbilo, gritando y llenando al director de orgullo al decirlo que el realismo expresado en la batalla era uno jamás visto. Sobre todo el herido de guerra que tuvo que ser retirado. Ese muchacho llegará a ser un gran actor si sigue así.

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