jueves, 1 de diciembre de 2011

Pieles

Tenía quince años cuando se me empezó a caer la piel. Fue un martes cuando me arranqué el primer pellejito, justo donde termina la palma y empieza el meñique de la mano derecha, pensando que era como cualquier otra costra. Sin saber que poquito a poquito se escaparía de mi ese otro que había permanecido conmigo hasta entonces
Ahora que lo pienso, mi piel tenía miedo. Por alguna razón, ya fuera que ella era la que sentía el viento o la lluvia antes que cualquier otra parte de mi cuerpo, ella sabía lo que sucedería en mi vida. Y por temor a que la culpara por ser ella la que me dejó sentir el calor de otra piel, o esos relámpagos de hielo que le recorren a uno el cuerpo de pies a cabeza, mi piel abandonó la causa y se dio a la fuga.

Siempre quise dedicarme a la vida de escritor; tengo una fascinación por contar historias que trasciende y supera la necesidad de decir la verdad, por lo que mis anécdotas tenían más de historia que de recuerdo.
Pero poco a poco me empecé a creer las mentiras que contaba.
Un día estaba contando la historia de cuando evite un asalto
a una multitud de mis compañeros. Algunos fascinados por el cuento y otros con una sonrisa ya que sabían que la historia era mucho menos interesante en realidad. Entre esas personas encontré a la que no me dejaría volver a dormir en paz.
Su nombre era Valeria, y el mundo pareció desvanecerse ante su mirada. Por un instante eterno me pareció dejar de existir en ese momento de cemento gris. Sentí mi cuerpo separarse como humo de cigarro y desvanecerse poco a poco. Y ella sólo necesito mirarme para hacerme reconsiderar todas las cartas de amor que había escrito en mi vida.
Pero, tan rápido como si ella hubiera parpadeado, volví a la realidad, a la ficción del robo. Acabé la historia con una broma absurda. Ellos rieron, ella no; me miró con curiosidad.

No la volví a ver sino hasta tres días después de ese incidente. Se me hacía tarde para una clase y corría escaleras arriba justo cuando ella bajaba los escalones. Yo estaba concentrado en llegar a tiempo y ella en no tropezarse al bajar que nos encontramos justo a la mitad, a punto de estrellarnos. Su rostro me tomó por sorpresa. La visión tan cercana de sus labios me robó las palabras. Pude notar la sorpresa en sus pupilas. Su minúsculo sobresalto ahogado que pudo haber sido insignificante para cualquier otro para mi tenía uno sólo.
Ninguno dijo nada. Ella bajó la mirada, murmuró una disculpa ininteligible y se marchó mientras yo me seguía preguntando qué había pasado. Sobra decir que no entré a la clase a la que corría. Ni a ninguna más de ese día.
Supe quien era gracias a un amigo en común. Tan sólo me dio su nombre, pero era más que suficiente. Así pude ponerle dueña a los pensamientos que me distraían cuando menos lo esperaba.

Entre las personas que conozco hay muy poco que creen que estamos regidos por una fuerza mayor. Que el destino sabe perfectamente lo que nos va a pasar y que nada de lo que hagamos puede afectar en algo nuestro futuro.
Otras pensamos que nada de eso importa. Que sólo sucede lo que está pasando. Que creamos nuestro presente y que el futuro está en algún lado.
El bolígrafo de Valeria pensaba exactamente ésto en el momento que se deslizó fuera de su mochila. Lo pensaba mientras rodaba fuera de su salón, bajaba por las canaletas del edificio, atravesaba el patio del colegio, subía el escalón de la cafetería y chocaba ligeramente con mi pie.

En el momento en que lo tomé entre mis dedos supe de quien era y cuando lo tenía que devolver. Lo guardé en el bolsillo de mi camisa y sentí a mi corazón palpitar con tanto esfuerzo que tuve que sentarme y respirar profundamente para no sentirme mal, sin considerar que tal vez mi músculo quería romper el hueso, la carne y la tela para estar un poco más cerca de la que él sentía sería su nueva dueña.
Ese día fue un martes y yo noté el pellejito por debajo de mi meñique.

La encontré bajo el sol de octubre. Su pelo marrón reflejaba el sol y se mezclaba con los árboles del fondo. Yo no tenía idea de que decirle, pero mis pies hicieron caso omiso de las protestas y me acercaron a ella.
Le toqué el hombro ligeramente. Nunca voy a poder olvidar esa sensación tan placentera de sentirla. Tan cerca, tan disponible. Ella volteó y, sorprendida, me miró de nuevo con su mirada que parecía desarmarme pieza por pieza.
Le entregué su bolígrafo y ella lo tomó sin verlo.
-Pensé que no te había encontrado- me dijo.
Las palabras me llegaron de golpe a la mente, sabía perfectamente lo que tenía que responderle.
-A veces suceden…-
Pero, con un roce de su mano en mi brazo me calló. Después la bajó hacia mi mano.
Me guiñó un ojo, sonrió y se alejó tan tranquilamente que, si no me hubiera quedado ahí parado aún con su esencia, la hubiera podido alcanzar en tres pasos.
Cuando volví a plantar los pies en la tierra, noté el pedazo de papel en mi mano.
Lo abrí como si fuera un regalo que te dan cuando faltan meses para tu cumpleaños.
"Tu mirada te delata, estás mucho más triste de lo que aparentas."
Me enamoré con doce palabras de tinta.

Truman Capote escribió alguna vez que cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo para auto - flagelarse.
A Capote se le olvidó mencionar que el amor hace exactamente lo mismo.

Ese mismo día me senté frente a mi cuaderno con la intención de escribir un ensayo para una clase la cual no importa realmente de que era. Quise empezar de manera narrativa, dándole un toque literario al escrito. Cuando acabé la quinta cuartilla me di cuenta que no había escrito nada aparte de describir, a partir de un cuento, la curva de sus labios, el brillo del centro de sus ojos, el olor a libro nuevo que parecía rodear el aire cada vez que su cuerpo volvía a cruzarme de oreja a oreja.
En ese momento experimenté dos sensaciones que nunca había sentido.
Primero sentí algo que tardé tiempo en definir; sentí como el pecho se me hinchaba desde adentro, como el aire que respiraba exigía salir como suspiros, como mis brazos necesitaban recargarse antes de caer indefensos hacia el piso. Estaba enamorado por primera vez.
Pero, además, sentí un fuerte ardor el las manos, y presencié como se formaban múltiples costras más en el dorso de ellas. Sentía como mi piel intentaba escapar, como ratas de un navío que se hunde, de ahí lo más rápido posible.

Entendí perfectamente lo que había leído en libros, estaba perdidamente enamorado. No comía, no bebía, no soñaba otra cosa que no fuera su recuerdo. Me tenía en tal grado de hipnosis que a veces su nombre se me escapaba entre los dientes al estar hablando de algo completamente fuera del tema.
Llegué a pronunciar su nombre en una exposición frente a mi grupo, ahí fue cuando supe era indiscutiblemente suyo y que no descansaría hasta que ella fuera completamente mía.

Planeé, como todos los que alguna vez han estado enamorados, los encuentros más inesperados. Sabía donde estaba y me aparecía ahí "por pura casualidad".
Claro, al principio me creí tan listo, haciéndola pensar que era mera coincidencia.
A los tres días me quedó bastante claro, con una sonrisa suya a través de los estantes de la biblioteca, que ella supo lo que yo hacía desde el primer momento en el que lo hice.

Estaba nublado el día que salimos. Fuimos a comer a un pequeño restaurante a unas cuadras de la escuela.
Hasta el momento en que nos sentamos frente a frente en la mesa cubierta con el mantel de cuadros rojos y blancos no nos habíamos dicho más de 50 palabras.
Comimos en silencio. No recuerdo bien lo que ordené, pero si recuerdo que fue lo más delicioso que pude haber probado en mi vida gracias a la presencia a menos de un metro de distancia.
Coloqué mis dos manos sobre la mesa cuando terminamos. Respiré profundamente y le hablé esperando que mi voz no me abandonará también.
-Tenías razón-le dije.-Estaba triste, estaba encadenado a algo que no sabía muy bien que era o que hacía. Pero ahora creo que ya puedo correr, ya puedo saltar, ya puedo…-
Puso su mano suave sobre la mía, la cual sentía áspera e insensible desde hacía varios días.
-Voy a irme-algo me atravesó el pecho- dentro de muy poco voy a mudarme muy lejos- me sentía pegado a la silla-y no creo que vuelva a saber de ti. O tu de mi.-
Nunca me había sentido tan impotente como en ese momento.
-Pero creo- continuó- creo que te quiero, creo que te conozco mejor que muchas personas, y a la vez no tengo idea de quien eres-.
Me sonrió, esas sonrisas que, por mucho que intentan no hacerlo, parten el corazón.
-No quiero que pasé algo malo, no quiero que te sientas mal, así que dejémoslo como está y no intentemos nada-.
Se acercó a mi por encima de la mesa, me dio un beso en la mejilla y dejó algo en mi mano.
-Fue un placer conocerte- me dijo al levantarse- espero volver a hacerlo algún día-.
Se fue, salió del restaurante y me dejó solo entre los comensales. Solo conmigo mismo.
Nunca había tenido tanta mezcolanza de emociones. Quería aventar la mesa y derrumbarme sobre ella.
Al final me levanté, pagué la cuenta y salí aún intentando comprender lo que sentía.

Ella desapareció de mi vida a los cuatro días. Ya nadie volvió a saber de ella, ya no se supo nada.
Al año y medio dejé de soñarla. Fue una mañana en la que me desperté raro y tardé medio día en razonar que me sentía incompleto esa jornada por el hecho de no soñar con ella.
Unos meses después de cumplir diecisiete descubrí que muy poca gente la había conocido, e incluso menos la recordaban. Todos hablaban de ella como una ilusión de persona. No pude estar más de acuerdo.
Varios meses después ya no pude recordar su rostro.
Cumplí dieciocho años el día que me empezó a crecer de nuevo la piel.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

POR FAVOR, LEAN ESTO ANTES DE CONTINUAR

La siguiente historia se cuenta en 10 partes, les recomiendo que bajen hasta el capítulo 1 y empiecen desde ahí, aunque si quieren aplicar la rayuela y leerlo en desorden por mi no hay problema.

Capítulo 10 "Epílogo"

Incluso los animales carroñeros más viles y glotones saben cuando ya no se le puede sacar provecho a un cadáver. Cuando lo único que queda son un montón de huesos secos y astillados, listos para ser devastados por el viento y el tiempo.
El punto final arrancó el último indicio de vida en la blancura del esqueleto. Los dedos alzaron el vuelo y se retiraron a la inmensidad, buscando otro viajero dispuesto a ayudarles a escribir otra historia.
Pero no habría otra historia como esta. Nunca se había, ni nunca se contaría relato como el de un joven enamorado que se enfrentó al demonio por su amada y ganó en la lucha.
Julián dejó de escribir. Sus ojos registraron su obra, sus manos acariciaron su cara, sus pies amaron el suelo.
El cuerpo del diablo permanecía detrás de él. Lleno de moretones y heridas que habían dejado de sangrar hacia ya unas horas. No quedaba indicio de vida en aquel monstruo. Julián había ganado.
Vio el cuerpo de su enemigo y, como el escalofrío al tocar las baldosas heladas del baño después de una ducha caliente, la realidad le pegó a Julián Vásquez.
Todo era una estúpida mentira.
No había engañado al diablo, el diablo lo había engañado a él.
Regresó la mirada a la pantalla de la computadora. Los buitres lo miraban.
Hundió la cara entre las manos y empezó llorar.

FIN

Capítulo 9 "Clímax"

Julián lanzó un grito de ira y se abalan...
Perdón, aún no llego a escribir esa parte de la historia, pero ésta maldita máquina quiere saber como acaba; por favor olviden lo que acaban de leer, le quitaría emoción.
Ella cruzó el portal de la escuela cual Dante andante. Pero el Virgilio que la esperaba dejaba todo hecho cenizas.
Julián vio las marcas del demonio en su cuerpo, vio las quemaduras que sólo podrían sanar con el toque de su mano.
El río de gente la hundía y la sacaba de su vista. Pero Julián podía sentir donde estaba, podía guiarse hacia ella con los ojos cerrados.
Se sumergió en la gente, nadó hacia ella con fuerza y, al salir junto a ella, la tomó del brazo y ambos salieron a la orilla, con la arena caliente quemándoles las suelas de los zapatos.
-¿Qué crees que estás haciendo?-Julián le exigía respuestas, respuestas que sabía ella contestaría con lagrimas y súplicas de perdón-¿Por qué me haces esto?-
Ella lo miraba estupefacta, como si no reconociera el idioma, como si el pesar en su corazón fuera tan grande que no quisiera aceptar su culpa. Se soltó del agarre de Julián y dio un paso atrás.
-¿Es que ya no me amas?-Julián preguntaba con enojo, su rostro empezaba a deformarse en ira.- ¡Respóndeme!-
Ella se lanzó al río y se alejó de Julián, el cual estaba abatido ante su pensamiento de que el pesar en el corazón de ella la hacía huir para no enfrentar sus hechos.
Pensó en seguirla y estaba a punto de hacerlo, cuando el olor a azufre emergió del aire. Ahí, al otro lado de la calle, el demonio esperaba una vez más, con una sonrisa burlona sobre el rostro.
La recibió con un fuerte abrazo y así se la llevó, mientras ella, víctima de un fuerte hipnotismo, se acurrucaba en su pecho.
Todo se volvió ceniza alrededor de Julián, pero él ya no era el mismo de antes. Lo siguió, los espió y, cuando ambos entraron por las puertas de lo que parecía el infierno en la tierra, Julián esperó afuera.
Esperó durante bastante tiempo. Su mente vaciló por libros y canciones, por películas y pinturas, todo estaba girando en la cabeza de Julián Vásquez. Pero justo en el centro de la tormenta se encontraba, inamovible, el pensamiento de ella y la necesidad de hacerla única e inquebrantablemente suya.
No supo cuanto tiempo pasó, pero ya era de noche cuando la vio salir y escapar hacia una avenida repleta de sombras. Pero no la siguió a ella. En ese momento tenía que encargarse de otro asunto.
Se acercó a las puertas infernales y, en un arrebato de valentía o estupidez, tocó el timbre.
El diablo estaba parado frente a él, el espantoso aroma de azufre ardiendo le quemó la nariz.
El diablo le habló con una risa burlona. Le contó que lo había visto los días anteriores, que ella le había contado todo, que no sabía si tenerle compasión o burlarse de él.
Julián escuchó impasible, rechinando los dientes y, cuando el demonio empezó a decir tonterías de cómo todo era un invento absurdo, Julián cerró el puño de su mano derecha.
La boca del demonio se abrió una vez más:
-Todo es una estúpida mentira-.
Julián lanzó un grito de ira y se abalanzó contra él.
Ambos descendieron dando tumbos hacia el abismo.

Capítulo 8 "Conflicto"

La alarma del despertador resonó todo el trayecto desde la cómoda a un lado de la cama de Julián hasta hacerse añicos contra la banqueta que se veía por la ventana.
No había razón para levantarse, ya no había razón para siquiera despertar y tener que soportar un día gris, monótono, aburrido y, más importante, sin amor. Un día como todos los demás en el futuro de Julián Vásquez.
Ya no le era suficiente su presencia lejana, ya no le bastaba con verla.
Quería besarla, abrazarla, hacerla suya y no dejarla ir.
Para ello, Julián consideraba que el único método de llevar a cabo estas fantasiosas ideas era haciendo lo que jamás había hecho. Iba a tomarla de las manos y a contarle todo lo que sentía por ella, seguramente así ella vería la magnífica persona que tenía delante y quedaría locamente enamorada de él. No podía fallar, en las películas siempre funcionaba.
Dedicó toda la mañana en recrear los hechos del día anterior. En recordar su sonrisa, el calor de sus dedos, su voz. Y estos recuerdos lo llevaron a pensar en el demonio, ese ser de inigualable maldad el cual había atrapado entre sus garras y sus pezuñas a lo único por lo que valía la pena vivir.
Lentamente el odio fue llenando el cuerpo de Julián Vásquez.
Levantó bruscamente el colchón, tumbándolo de lado, sacó el mural de fotografías escondido bajo este.
Desplegó todo el mural sobre una pared, cubriéndola casi por completo.
Tomó cinta adhesiva y pegó los extremos, redecorando su cuarto con lo que debería de haber estado en las paredes desde hace mucho tiempo.
Allí estaba ella, frente a él, tan perfecta, tan inocente, tan deseada. Sintió un fuerte deseo por ella, por su cariño, por su cuerpo. No la quería compartir con nadie más.
Días después de este incidente, agentes de la ley entraron a fuerzas al cuarto de Julián, para descubrir la pared de fotografías y, pintadas sobre ellas con gruesos trazos de tinta negra, tres palabras “ELLA ES MÍA”.
Pero, regresando a la historia en curso, Julián metía tres dedos en un frasco de tinta y manchaba las fotografías que tanto había adorado. Algo estaba cambiando dentro de Julián, y él intentaría cambiar a todo lo que lo rodeaba.
No supo cómo, pero las horas se deslizaron fugazmente por las manecillas del reloj. Su ritual se vio interrumpido por la alarma del segundo despertador, el cual sufrió, acompañado con un rugido de furia, el mismo castigo que el primero.
Con la respiración acelerada y el corazón luchando por escapar de ese pecho lleno de odio, Julián se vistió apresurada pero impecablemente, incluso estrenó un par de zapatos que le habían regalado en su cumpleaños pero no había tenido oportunidad de usarlos.
Julián salió de su casa preparado para, en el peor de los casos, irse al mismo infierno con todo el planeta.

Capítulo 7 "Comillas"

El pie de Julián pisaba la última baldosa de la banqueta que llegaba hasta la escuela cuando el timbre de la salida a esas horas resonó por todos lados. Incluso después de que acabara el estruendo, las grandes puertas de metal siguieron vibrando hasta que las abrieron.
De nuevo la marea de gente incógnita y sin importancia salió cual grupo de antílopes huyendo del león institucional.
Pero la más hermosa de todos los antílopes resaltaba entre esa masa de mediocridad. Todo era nada a su alrededor. Ella se robaba los colores, la vida, la atención de todos los que la rodeaban, especialmente de Julián.
Caminó hacia ella, preparó el bolígrafo dentro de su bolsillo listo para lanzarlo al vacío de la calle.
El cielo tronó, las nubes sudaron de tensión ante lo que estaba a punto de ocurrir.
Julián soltó el bolígrafo demasiado deprisa, volteó al piso en donde el objeto sufría el maltrato de los pies ajenos. Hesitó durante cruciales segundos, lanzarse por el bolígrafo y llevar a cabo el plan tal y como lo había planeado o atreverse a improvisar y probar su suerte.
Pero fue demasiado tiempo, ella escuchó su nombre a lo lejos, como el rugido del dragón antes de devorar a la doncella, e, hipnotizada por el llamado, se deslizó hacia la calle, apareciéndose en el parque donde se esfumaba cada día.
Y allí fue donde Julián encontró al demonio.
El diablo envolvió a Julia en llamas, le arrancó la boca de un mordisco y, encajándole las garras en la carne, se la llevó a través del parque, dejando en agonía todo lo que pasaba cerca de él.
Julián cayó de rodillas, ya no había nadie que pudiera ocultarlo de aquel testigo invisible que se burlaba de él.
Rozó su rostro con los mismos dedos con los que había rozado su tibia piel hacia menos de cuatro horas.
El cielo explotó.

Capítulo 6 "Capítulo 7"

Lluvia – Precipitación de agua en forma de gotas.
Así como Julián se lanzó precipitadamente hacia el encuentro con ella, las gotas caían precipitadamente sobre su cabeza.
Quería verla antes mucho más cerca hoy, incluso se arriesgaría a tocarla, aunque fuera un solo roce. Quería sentir su cuerpo tan solo un segundo.
Si tan solo no hubiera decidido verla hoy, si tan solo se le hubiera hecho tarde. O si tan solo ella faltara a su clase de francés por primera vez en todo el curso.
Pero este no era el caso, y ese día estaba predestinado a afectar la vida de las personas de esta historia, así como las nubes grises predestinaban un aguacero.
Así, con la precipitación sobre el precipitado Julián, la precipitada trama avanzaba precipitadamente hacia el precipicio.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Capítulo 5 "Escena Dramática"

Nunca le había importado mucho el aspecto de su escuela. En realidad nunca se había fijado muy bien en las paredes que lo habían rodeado una gran parte de su vida hasta ese momento.
Sentado en su pupitre, Julián ahora miraba las puertas de su escuela desde la ventana del salón.
Había leído de una escuela la cual tenía sobre la entrada dos grandes palabras metal, en gris y en latín.
“MEMENTO MORI” decían las dos palabras sobre la entrada de esa escuela, y a Julián le hubiera gustado que las mismas palabras estuvieran grabadas por todas las paredes de su escuela. Al menos servirían como recordatorio.
Fue durante un ligero descanso cuando pudo llevar a cabo su deseo de ese día. Pasó a un lado de ella y dejó caer su bolígrafo.
Ella se agachó a recogerlo y lo llamó por su nombre. Pero Julián ya había volteado, fingiendo extrema preocupación por su pluma.
Con un suave y casi danzante movimiento de mano, ella le tendió el objeto. Julián saboreó los segundos mientras alcanzaba la pluma y, en una eternidad momentánea, los dedos de ambos re rozaron, descargando en Julián un relámpago que le recorrió la columna.
Pero ella soltó el objeto e, inocente e ingenua del huracán que se desataba a su alrededor, sonrió dulcemente.
-Gracias- fue todo lo que Julián logró articular sin desmayarse, para retirarse corriendo a alguno de los rincones oscuros de la escuela, en un éxtasis casi criminal.
No había necesidad de foto alguna ese día, puede que ni siquiera por ese mes. El roce de sus dedos había cambiado todo.
Las horas se volvieron instantes, Julián oyó el timbre de salida y se desvaneció entre la multitud.

Encerrado en su habitación, Julián se retorcía de alegría. Sonría y bailaba por todo su cuarto. Era el ser más feliz de todo este amargo planeta, y no necesitaba más.
Pero quería más.
Cuando el segundo despertador soltó su alarma, Julián cayó de nuevo a la realidad. Tomó su abrigo y salió a la calle, no iba a dejar pasar la oportunidad de verla de nuevo, Y puede que hasta lograra acercársele y aplicar el mismo truco del bolígrafo de nuevo.
Nuestro pequeño maestro de planes salió hacia la realidad con ilusiones en su corazón. Malo para él no saber que esa es la peor forma de enfrentarte al mundo exterior.

sábado, 30 de julio de 2011

Capítulo 4 "Capítulo 2"

“Desaforadamente enamorado” era una opción para el título de este capítulo, “Pasión desmesurada” también formaba parte de los candidatos, pero “Famélico por ella” o “Adicto a su espejismo” – los cuales ni figuraban en la lista – podrían haber quedado mejor.
Julián dormitaba intranquilo en su cama. Pocos minutos antes había pegado una nueva fotografía en su mural, una colección de espionaje con el que podría crear una visión tridimensional perfecta de ella, sin dejar fuera el más pequeño detalle, como esos tres lunares justo arriba de su seno izquierdo, o la pequeña cicatriz de quemadura en el anular de la mano derecha, incluso se podría saber en donde exactamente se encontraban las marcas de bronceado sobre su piel.
Trabajó más de un año para conseguir tenerla completa en la seguridad de su habitación, en el altar donde sacrificaría todo por ella.
Él la necesitaba.
"Ella es mía" "Ella me ama" "No puede vivir sin mi" escribía en un cuaderno una y otra vez, agregándole las observaciones de ese día, para después guardarlo junto con el mural, bajo el colchón.
Ahora, reposando en su cama, suspirando por ella, Julián Vásquez luchaba por mantenerse despierto y pensando en ella, pues tenía miedo de que al soñar ella no deambulara por su cabeza toda la noche.
Quiso escribir más, intentó levantar el colchón, pero se quedó dormido.
Soñó que flotaba boca arriba en un estanque transparente, podía levantarse y caminar, pero prefería seguir flotando. Un cielo de fuego no alumbraba más allá del límite del estanque y, ahí flotando, Julián no oía nada hasta que lo desconcertaran unos pasos. Estaba seguro de que sería ella, vendría hacia él para sumergirse juntos y ahogarse con un beso.
Escuchó como algo entraba en el agua, quiso voltear para verla, pero antes de que pudiera hacerlo una voz de hombre hizo que el agua del estanque hirviera, haciéndolo gritar de dolor. Despertó.
Julián estaba empapado en sudor frío, miró su reloj, aún faltaba una hora para su habitual hora de despertarse, pero no podía seguir en su alcoba.
Bajó por un vaso de agua, pasó al baño y, cuando salió, la alarma del despertador resonó por toda la casa. Había sido excesivamente lento.
Juntó sus cosas, se vistió, bajó a desayunar y salió hacia la escuela.

Capítulo 3 “Intermedio” (saltarse los paréntesis y leer desde el capítulo 1)

El barco zarpa, la niñita entra en el bosque. Esto se conoce como inicio y normalmente suele ser lindo y acogedor, al igual que hipócrita, ya que no te prepara para los infortunios que le siguen.
Entonces algo extraordinario sucede, alguien le muestra la manera de llegar al baile, alguien se niega a hacerles un sacrificio a los dioses, la niñita habla con un extraño.
Y así todo se complica, y lo que nos prometía ser una historia sencilla de digerir se vuelve una trama con mentiras y problemáticas demasiado confusas.
Cuando uno quería leer algo como “El pequeño sapito que no le hacía daño a nadie”, se encuentra en un mundo de angustias y penas. Pero bueno, eso nos pasa por confiar en un cuento.
Ahora bien, en las tres partes de la historia se presentan los nudos que complican la trama:
El lobo se disfraza de abuela, Cenicienta pierde su zapatilla, Poseidón desvía a Ulises. Estos nudos condimentan una trama que podría no interesarle a nadie.
Y la trama de Julián necesitaba condimento urgentemente.

sábado, 23 de julio de 2011

(Paréntesis) Hasta que la muerte nos reúna.

La cripta no había sido abierta desde el funeral, ya había pasado casi un año.
Esak miraba la oscuridad de las tumbas, acostumbrándose a la tristeza que emanaba de las paredes.
Había cinco ataúdes ahí dentro, pero él nada más iba por uno. El segundo de la derecha. El de la rosa de mármol.
< Dijeron que estaba loco. Que era una abominación lo que intentaba hacer. > Esak abrió el sarcófago. Ahí estaba ella, atrapada en el hechizo de la muerte, aun conservando esa belleza indigna de todos excepto de él.
Sacó un grueso y oscuro libro de los pliegues de su túnica. Lo apoyó en el borde del sepulcro y lo abrió.
< ¿Pero cómo el amor puede ser abominable? >
Rebuscó las páginas, estaba seguro de lo que haría, nada lo separaría de ella. Nada ni nadie.
Las puertas de la cripta retumbaron.
-¡Esak, maldito enfermo, sal de ahí!-gritó una indistinguible voz desde afuera- ¡Déjala descansar en paz!-
Nada ni nadie.
Encontró el pasaje que buscaba. Sacó el ungüento que había estado preparando desde hacia semanas.
Se untó las manos con el ungüento para después untarlo por la frente de ella, por sus manos, por su vientre y por sus pies. Tal como decía el libro.
Más voces se unieron al asedio de la puerta. Una de ellas se hizo escuchar más que las demás.
-Esak, hijo mío, olvida todo esto- le dijo una voz que Esak encontraba repugnantemente familiar- Vuelve a casa y deja esto en el pasado, vamos hijo.-
Empezó a pronunciar las palabras. Las pronunciaba lo suficientemente fuerte para que todos los que se encontraban en los alrededores de la cripta lo escucharan claro.
-¡Ya ha empezado!-Gritó una desesperada voz- ¡Tenemos que detenerlo, no podemos dejar que eso pase en nuestro pueblo!-
Los golpes incrementaron. Pero era demasiado tarde.
La última palabra fue como un caramelo en sus labios.
Una descarga de energía llenó su cuerpo y, por lo que pudo ver, también el de ella.
Abrió los ojos.
-¿Esak?- suspiró la voz.
-No nos dejas otra opción chico-.
-Ya estás conmigo, no tienes que seguir penando-
-Oh, Esak, el frío, como recuerdo el frío y la oscuridad, no había nada más-.
-Ya amor mío, estoy aquí contigo y no hay nada más-
Aceite empezó a entrar por debajo de la puerta de la cripta.
-No vuelvas a dejarme, por favor.-
Se unieron en un abrazo añorado, un abrazo melancólico.
-Jamás-
-¡No pueden hacer esto, mi hijo está ahí dentro!-
-He hecho lo imposible por tenerte de vuelta, y lo volvería a hacer.-
Los rostros se buscaron en la oscuridad de la tumba.
El fuego se esparció por toda la estructura, costaba trabajo respirar.
-¡Esak, sal de ahí!-
-Esak, no vuelvas a dejarme-
El fuego quemó los cimientos, el aceite se metía por las más pequeñas grietas.
La cripta se desplomó sobre los amantes.

lunes, 11 de julio de 2011

LITERAL (empezar hasta abajo)

Capítulo 2
“Capítulo 1”
Julián Vásquez era un chico demasiado normal, no era increíblemente listo, no pertenecía a ninguna pandilla, no consumía drogas ni era un fanático religioso.
En realidad no era más que un muchacho que iba todos los días a la escuela, que no tenía ninguna ambición artística y que, simplemente vivía sin ninguna emoción.
Esperen un segundo, debo de corregirme, en realidad si había algo excepcional en la vida de Julián. No había día en el que no pensara en ella.
Ella era un sutil personaje en un tragedia griega, el primer cadáver en una novela policíaca, el tesoro enterrado en un cuento de piratas, la primer mirada en una historia de amor. Y como todas sus comparaciones, ella fue lo que desencadenó el resto del relato.
Julián se retorcía en su lecho, atosigado por las dulces imágenes de ella, de sus labios, de sus manos, de sus piernas.
La ligera alarma de su reloj de pulsera lo sacó de sus ensueños y lo devolvió a la lenta realidad, donde no besaba sus labios ni acariciaba sus brazos. Donde ya iba tarde para su encuentro.
Todos los días la misma rutina, tanto para él como para ella.
Pero la de él se adaptaba moldeaba, cambiaba para adaptarse a la de ella.
Así que, ahora que había regresado de la escuela y se había cambiado, ya era hora de salir de su casa y encontrarse con ella a la salida del colegio, cuando ella saliera de su clase de francés.
El vivía para ese momento del día, planeaba todo su itinerario, elegía las clases que le permitieran estar más tiempo con ella.
Incluso los momentos más efímeros entre ellos dos lo eran todo para él.
Con todo esto ya en mente no será difícil para el lector imaginar a Julián caminando sonriente y decidido hacia su encuentro con ella.
El reloj volvió a sonar, ya era la hora exacta y él aún estaba a dos cuadras de distancia.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano y probablemente rompiendo cualquier record de velocidad en 100 metros planos, Julián corrió las dos cuadras faltantes con la preocupación de perderse el momento de ese día.
Cuando dobló la esquina y vio las puertas del colegio cerradas, el fantasma de perderla per ese día rondó por su cabeza. Pero lentamente las pesadas puertas de metal pitado de verde empezaron a abrirse, reviviendo la esperanza del individuo que esperaba afuera.
Pero aún con el infinito amor que le tenía, Julián siempre era víctima de una gran pena al estar cerca de ella. Por eso cuando la vio salir (solo a ella y nadie más que ella) no fue a besarla o abrazarla, sino que se mantuvo al margen de la multitud invisible. Observándola desde la sombra de su cobardía.
Magistralmente hermosa, fantasmagóricamente atrapante, terriblemente seductora, Julián cayó atrapado en las telarañas de sus ojos, sin hacer el menor esfuerzo por liberarse.
Y tan rápido como había empezado, ella cruzó como elegante gacela la calle y se perdió en el parque del otro lado, dejando a Julián añorándola, necesitándola, amándola.
Mañana sería exactamente lo mismo.

LITERAL

Capítulo 1
“Prólogo”
Un ordinario tecleado de computadora puede ser uno de los aparatos eléctricos más sucios que se puedan encontrar en una habitación, ya que entre las teclas se pueden alojar restos de jamón, madera, sal, migajas, uñas, pestañas, fruta, piel, e incluso leche, café, sangre, saliva, jugo, agua, té o lágrimas.
Y son estás últimas las que más afectan al teclado común y corriente.
El mundo está lleno de cosas que nos pueden hacer soltar una lágrima, pero si nos referimos a la pantalla de una computadora la lista se reduce considerablemente. Se puede tratar de un video desagradable, una fotografía melancólica, una canción de amor, o un documento triste.
Claro, todo se vuelve más raro si el que llora es aquel que escribió el documento.
Aún más raro si el documento está en blanco.
Este era el caso de Julián Vásquez.
Los dedos de Julián se arqueaban sobre el teclado, como buitres sobrevolando al caminante sediento, pero no se disponían a bajar, se mantenían flotando sobre las teclas, sin saber qué hacer, sin moverse.
La hoja en blanco y las palabras que no podía escribir le molestaron los ojos, la lágrima bajó por su mejilla.
Se levantó de la silla y salió de la habitación, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua.
El atrapante silencio rodeaba el apartamento hasta que un penetrante sonido llegó a hacerlo pedazos. El teléfono sonó una vez, dos veces, tres veces.
pensó Julián. No quería oír la voz de nadie en ese momento.
Pero se olvidó de la máquina contestadora.
La voz retumbó por las esquinas de la habitación.
-Mi amor, soy yo- sonó una dulce voz de mujer- ¿Estás bien? estoy preocupada por ti, por favor llámame.-
Algo sucedió.
La voz desencadenó algo, alguna palanca que puso en movimiento el cerebro de Julián.
Soltó el vaso, no le importaba si se hacía añicos, y corrió hacia la habitación.
Se sentó frente a la computadora, los buitres se abalanzaron sobre el caminante, escribiendo con sus picos sobre la piel del inocente, los dedos arrancaban la carne de las teclas.
Julián Vásquez estaba escribiendo el relato.

martes, 10 de mayo de 2011

Hidra.

1 La plaza está desierta, como todos los martes por la tarde. Puede que más. Yo estaba acostado en una banca a merced del viento.

2 Ya no se oía mucho, el sol se ocultaba detrás de las copas del campanario de la iglesia y los negocios cerraban. Todos se retiraban a su casa. Todos excepto yo.

3 Pajaritos, los lindos pajaritos cantaban su regreso a casa, llamando a sus aún más pequeños pajaritos para que regresen al nido y duerman todos juntos y calientitos los lindos pajaritos.

1 Aún conservo el traje de ese último día en la oficina. Esa oficina infernal donde no podía pasar un solo día sin tener que aguantarme las ganas de arrancarme los pelos y gritar de desesperación. Creo que lo único por lo que me gustaba trabajar ahí era por la excusa de usar este maravilloso traje de seda. Ahora ya no tengo esa excusa, pero claro que ahora ya no me importa.

2 Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, al menos eso dicen. ¿Pero si uno ya lo perdió todo entonces uno lo sabe todo?

1 Debería de escribir mi propio libro, mostrándole al mundo mi historia.

2 ¿Pero quién demonios querría leer la deprimente historia de un fracasado en la vida?

3 No tengo que ponerme tan agresivo, en realidad debería de disfrutar todo lo que puedo hacer ahora que no estoy encadenado a esas cosas complicadas como los negocios.

1 Además, fue mi culpa que mi dinero se me haya escurrido como arena de las manos.

2 Pero aquellos que lo "cuidaban" en realidad lo despilfarraban en las cosas más caras e inútiles. Jamás debí tener hijos ¿Dónde están ahora?

3 Yo les grité y los traté de una manera horrible, es comprensible que ahora no me respondan las llamadas o quieran verme.

2 No, la familia se cuida entre ella, si yo los traté de esa forma fue porque tenía que educarlos. Además ellos se lo buscaron ¿Qué más podía hacer?

3 Podría no haberles gritado, los gritos nunca son buenos.

1 ¿De qué estoy hablando?

2 ¿Dónde estaba, no oí lo que dije?

1 No, lo siento. Me distraje con ese magnífico ejemplar de mujer al otro lado de la calle.

2 Se parece a Valeria.

3 Valeria era muy linda, la mujer más linda que he visto en mi vida. La extraño mucho.

2 Pero me abandonó. Era una traicionera y nada más.

1 No debí de distanciarme tanto, de seguro eso fue lo que destruyó mi relación con ella.

3 Sus ojos eran tan profundos, como me encantaría poder hundirme de nuevo en ellos y perderme dentro de ella.

2 Soy un imbécil, ¿Es que no recuerdo que ella tampoco me quiso ayudar después de lo que pasé?

1 Al menos aún tengo el traje que me compró.

3 Se siente tan suave, me encantaba rozar la corbata contra mi cara cuando nadie me veía.

2 De seguro ella también nos robó.

1 Nadie nos robó, ¿Por qué no puedo aceptar que fue mi culpa?

2 Porque no fue mi culpa, fue de ellos en quien confiaba.

3 Confiaba en mis amigos y familiares, pero también los culpé de todo lo que pasó.

2 ¿Sé qué? Ya no puedo seguir con esto, así que si voy a seguir hablando de esto, yo me voy.

3 No, por favor no me voy, tengo que estar conmigo.

1 Ves, siempre echándole la culpa a los demás, si pudiera me daría una paliza.

2 Quisiera ver que lo intente.

3 No, no, no. Lo que menos necesito es tener una pelea.

1 Pues dime a este necio que debo de dejar de culpar a los demás.

2 Bueno, está bien, tengo la razón. Tal vez si tuve que ser menos egocéntrico.

1 Exacto, tengo que aprender a tomar responsabilidades por mis actos.

3 ¿Veo? Todo se soluciona.
Cálmame, mejor me siento.


2 Debería de hacer lo posible para recuperar a Valeria, y de ahí también a mis amigos.

1 Me va a costar mucho esfuerzo.

2 Pero puedo hacerlo, además me tengo a mí para darme apoyo.

3 ¡Claro que sí!

2 Pero ya es de noche.

3 No debería de andar caminando por ahí de noche, puede resultar peligroso con estas fachas.

1 Es mi traje favorito, por eso lo uso todos los días.

2 Bueno, pero acepto que está ya muy jodido.

1 Si, tiene hoyos por todos lados.

3 Tal vez hasta en el trasero.

1 Déjame checar… Sí, en el trasero también.

3 Jajajajajajajaja.

2 Ya mañana empiezo, hoy disfrutaré de la cálida noche en la plaza.

1 Nada más hay que cuidar que los perros no lleguen otra vez.

3 O que las ardillas nos vuelvan a robar los chocolates.

2 ¿Cuándo voy a aceptar que fui yo?

1 Ya me callo, tengo que dormir.

3 Buenas noches.

2 Buenas noches.

1 Buenas noches.

2 …

1

3 Hasta mañana, lindos pajaritos.

lunes, 9 de mayo de 2011

Heridas de guerra.

A mi abuelo.

Todo empieza con un niño en la calle, a las afueras de un gran y prestigiado teatro. Un niño llamado Juan.
El niño, de apenas 5 años de edad, vende chicles para contribuir al ingreso familiar y no desaprovecha las ocasiones cuando puede meterse al teatro y deambular por lo pasillos y las butacas vendiendo chicles y mazapanes.
La gente del teatro, los acomodadores, los vendedores de boletos, de golosinas o de cigarros, incluso lo encargados del aseo empiezan a encariñarse con él y, poco a poco, le van permitiendo mayores libertades.
Cada vez es más raro verlo en los escalones fuera del teatro y más común tropezarse con él por los pasillos del edificio.
Llega un día en el que, presentado una gran producción, el teatro necesita muchas personas para cumplir con los papeles de soldados necesarios en una enorme batalla. Ya con poco tiempo, el teatro desesperado por encontrar suficientes personas, la compañía teatral recurre a Juan y el grupo de niños con el que se juntaba de vez en cuando para salir adelante con la representación.
Juan y los demás aceptan encantados. Velozmente se les da el vestuario de soldado y sus armas de utilería; a Juan le toca una larga lanza de madera.
La obra empieza, la historia se desarrolla, Juan y los demás esperan ansiosos sus momento de gloria en el escenario.
El momento llega, los encargados los apresuran a salir a escena. Un ejército de niños con ropa demasiado grande contra otro de iguales fachas.
Pero Juan y los demás no se desalientan por ello y representan su papel como si su vida dependiera de ello.
Gritan y maldicen como solo saben los niños de 5 años.
Estaba en tal grado de euforia que Juan nunca se esperó el repentino y penetrante dolor en las costillas que lo hizo doblarse sobre si mismo.
No se sorprendió mucho ante el descubrimiento de que otro niño, tomando como excusa el "realismo" de la batalla, aprovechaba la ocasión para llevar a cabo sus sádicos deseos de niño pequeño.
Juan se enojó bastante, pero sabía que algo muy malo pasaría si abandonaba su papel y saltaba sobre u agresor, después de todo eso no se hacía en la guerra, la guerra es noble.
Tomando las medidas necesarias y posibles a la mitad de una batalla teatral, Juan colocó su lanza verticalmente sobre el suelo del teatro y la dejó caer.
La lanza, ya sea gracias a la fuerza del destino, a la divina providencia o al más rudo karma, impactó sobre la cabeza del niño agresor con un ruido sordo, con el que este cayó al suelo con ambas manos en la cabeza y retorciéndose de dolor.
La escena acababa, debían salir, los llamaban desde atrás del telón, todos los soldados debían retirarse. Pero el agresor no podía.
Tuvieron que arrastrarlo fuera dos "soldados" antes de que el público explotara en aplausos y exclamaciones de júbilo, gritando y llenando al director de orgullo al decirlo que el realismo expresado en la batalla era uno jamás visto. Sobre todo el herido de guerra que tuvo que ser retirado. Ese muchacho llegará a ser un gran actor si sigue así.

domingo, 8 de mayo de 2011

Tónica.

-Tus shorts son muy cortos-.
-¿Disculpa?-
-Que tus shorts son muy cortos-.
El asiento temblaba por culpa del camino rocoso, cuando llegaron a la carretera pareció como si alzaran el vuelo.
-¿Traes música?-
-No, se quedó sobre mi cama-.
-¿Qué, tu Ipod?-
-No tengo Ipod, iba a traer unos discos-.
-Bueno, no funciona el reproductor de todos modos-.
-Si quieres te canto-.
Ahí estaba de nuevo ese tono que tanto esperaba, ese tonito que lo volvía loco y lo llenaba de enormes ganas de besarla en cada centímetro cuadrado de su cuerpo.
Pero no podía ahorita, no era el momento adecuado.
-Ok, cántame- sonrió y colocó la mano sobre su pierna.
Ella sonrió también y le acarició la mano, pensó en que cantar y tardó unos instantes en decidirse, pero empezó a tararear una linda tonada.
Él sonrió y siguió el ritmo con los dedos.
Cuando ella llegó a la parte que si se sabía nada más susurró las palabras :"Quizás, quizás, quizás".
Y ahí estaba ese tonito de nuevo. Ya no podría aguantarlo por mucho tiempo. Ese pinche tonito que no lo dejaba pensar en nada más que en arrancarle la ropa.
Pero no, no podía. No ahorita, no a la mitad de la carretera.
¿Por qué no?
Por que no era ni el momento ni el lugar.
¿Qué no era de noche y no había nadie en kilómetros?
Bueno, pero no era adecuado.
Pero ya lo han hecho antes.
Pero no era correcto.
¿Desde cuando importa lo que es correcto?
El auto frenó lentamente a un lado del camino.
Volteó a verla con media frase aún en la boca. Y la mano aún en su pierna.
Dormida.
Cerró los ojos y sonrió para si.
Volvió a acariciar su piel, se reclinó sobre ella y le dió un beso en la frente
Puso el auto de nuevo en marcha, el motor rompió el silencio de la carretera.

miércoles, 6 de abril de 2011

Puro Cuento.

-Por favor, cállate-.
-Pero es en serio, lo leí, dicen que en realidad la historia está basada en una aventura de las cruzadas contra Saladino.-
La combi avanzaba lenta, excesivamente lenta, por el periférico, navegando en un mar de automóviles lentos y conductores ineptos. Dejando a los pasajeros con la sensación de estar en uno de los saunas más atestados del siglo XXI.
La señora frente a ellas dos, de “anchas carnes” como diría el tío de Laura, las volteó a ver con el gesto fruncido cuando alzaron la voz, pero Ximena le lanzó una mirada de reto que la hizo volver a sus propios asuntos.
-A ver-, Ximena intentó entender lo que le acababa de decir Laura- entonces me estás diciendo que “El Señor de los Anillos” es en realidad plagio de un manuscrito de las cruzadas.-
-Sí, si, si, en serio- Laura hablaba con naturalidad e inocencia, por lo que Ximena descartó que fuera nada más otra broma- Además hablaba de otras historias.-
-Si te escucho con atención ¿Prometes callarte hasta llegar a mi casa?-
Laura la miró con una mescla de enojo y dolor, así que se dio la vuelta, cruzó los brazos y se quedó callada.
Ximena agradeció los momentos de silencio y tranquilidad (todo el silencio y tranquilidad que se pudieran conseguir dentro de una combi a reventar a la mitad del periférico en hora pico.) Pero pronto sintió ese inefable sentimiento que la hizo considerarse culpable del enojo de su amiga. Se acercó a Laura con delicadeza, le puso una mano en el hombro y le dijo con tono amigable:
-Bueno, está bien, cuéntame. Pero no te enojes.-
-No estoy enojada.- rebuznó Laura.
Ximena sonrió, captando hacia donde iba el juego. Se acercó a Laura y, dándole un beso justo por debajo de la oreja le susurró:
-Ándale, cuéntame, quiero saber.-
Laura agitó todo el cuerpo de un tirón, sonriendo fugazmente por las cosquillas que le generaban el beso y el calor del aliento de Ximena en esa zona de su cuerpo.
-Pinche Xime, bueno, te cuento.-
Puso su mano encima de la rodilla de Ximena mientras esta empezaba a sentir los efectos del calor creado al interior del vehículo y se quitaba el delgado suéter de algodón, dejando a la vista sus hombros desnudos. Laura logró vencer el trance que le imponían esos delicados hombros y empezó:
-Se supone que Harry Potter es un manuscrito que fue sacado de las listas negras del vaticano por el MI6, que “El Lago de los Cisnes” es una historia verídica, ocurrida en los bosques de Irlanda-.
-Ajá- Ximena sonrió, se estaba divirtiendo de lo lindo. La combi logró al fin salir del periférico y adentrarse en los confines de Tlalpan, ya sin el ruido del enojo automovilístico, pero con el avance igual de lento que antes.
-También habla de cómo Julio Verne traducía textos perdidos de Nostradamus, en donde venían todos los inventos y artificios particulares de sus novelas.- Laura se emocionaba más cada vez que rebelaba otro de sus “datos insólitos”.- O, el mejor de todos, las películas de Fellini son, en realidad, adaptaciones de anécdotas de la guerra civil estadounidense encontradas en los diarios de Abraham Lincoln-.
Esta vez Ximena no pudo contenerse, el dato de Fellini ya era demasiado para ella, así que subió la mirada, alzó el cuello y soltó:
-¡Ay! no ma…-
Pero Laura la jaló de la camiseta justo a tiempo para cortar su exclamación, le gritó algo al conductor con lo que paró el vehículo, abrió la puerta de la combi y las dos bajaron sintiendo el choque de aire fresco y libre que las esperaba afuera. Voltearon para recibir el cambio del pago y, con una última mirada desaprobatoria de la señora, de “anchas carnes” como diría el tío de Laura, ambas se alejaron de la calle y entraron al complejo habitacional donde vivía Ximena.
No hablaron en el trayecto desde la entrada del complejo hasta la puerta del edificio al que iban. Pero, al entrar, Ximena no aguantó más el acorralado silencio entre las dos:
-Bueno, ¿Y dónde leíste toda esa… todo eso?-
-Oh, en una revista que me regalaron, decía que era comprobado por varios investigadores y demás gente con títulos estrafalarios.-
-Y, ¿Cuándo te la dieron?-Ximena sospechaba ligeramente sobre la historia de Laura mientras ambas entraban en el elevador para llegar al séptimo piso.
-Ayer, justo en la puerta de la escuela.-
El elevador marcó el piso cinco y abrió las puertas, mostrándoles frente a ellas a un señor de espeso bigote vestido de frac con los brazos cruzados en impaciencia. Ximena lo miró a los ojos, puso cara de “lo siento” y señaló hacia arriba con el dedo. El señor separó las manos ligeramente del cuerpo y puso cara de “¿Qué se le va ha hacer?”.
El elevador cerró las puertas y continuó hacia arriba.
-¿Entonces dices que te lo dieron ayer?-
-Sí, ¿por?-
-¿Sabes a que día estamos?-
Laura lo pensó un instante (más de lo que ella hubiera querido) pero al final recordó la fecha exacta- 29 de diciembre ¿Qué tiene eso que ver?-
El elevador llegó al séptimo piso y abrió las puertas, dejando el blanco pasillo expuesto ante las miradas de las dos pasajeras.
-Oh, por nada, por nada.- Ximena salió del elevador, dándole la espalda a Laura y sonriendo como quien ha cometido una travesura y no será descubierto.
-No, ya, dime.- Laura alcanzó a Ximena justo cuando ella metía las llaves en la puerta y abría esta.
-No, por nada, ya, olvídalo- le dijo Ximena, pero no pudo evitar esa tonta sonrisa que la delataba.
Ambas entraron en el apartamento hablando y casi discutiendo. Ximena cerró la puerta más fuerte de lo que hubiera querido.
La puerta golpeó el marco con un sonido sordo y gran impacto, haciendo temblar el seis de hierro que colgaba de un clavo.

jueves, 24 de marzo de 2011

Nada

-Esto es tan aburrido- Comenté mientras me deslizaba lentamente sofá abajo, tardándome pocos segundos en cada centímetro de la tela marrón, como si disfrutara el tiempo perdido en mi viaje hacia el piso.
Tú me miras desde la hamaca, balanceándote en un vaivén hipnótico, con tu rosada uña del dedo gordo del pie a tan solo milímetros de rascar la arena del suelo. Y, suspirando aún más lentamente que tu balanceo, me contestaste:
-No tienes percepción del descanso-.
Como deseé que en ese momento se rompieran las cuerdas que te mantenían suspendidas para que te dieras tremendo golpe y quedaras sobre la arena caliente. Pero el deseo no pasó más allá de mi cabeza.
Una ligera brisa surcó mi cuerpo desnudo, dándome calos fríos.
-¿No quieres salir, ir al parque?-
-Ya fui-.
-Al cine-.
-No hay nada nuevo-.
-A la playa-.
-Está atascada-.
-¿No quieres ir por un helado?-
-No se me antoja uno ahorita-.
-¿Qué tal si prendemos la tele?-
-No pasan nada bueno hasta después de las nueve-.
-¡Ya sé! ¿Y si te leo una historia?-
-hace rato que terminé el último de los libros-.
-Hm… bueno, ¿y si pongo la radio y escuchamos música?-
Levantaste la cabeza, después te levantaste los lentes oscuros y, por último, levantaste los párpados y me miraste con una mirada de condescendencia inconcebible.
–Tenía razón, no tienes precepción del descanso-. Para después cerrar de nuevo los ojos, bajarte los lentes oscuros y recargar la cabeza de nuevo en la almohada.
Empecé a escribir tu nombre en la arena, pero luego decidí mejor un poema, para acabar al final con un dibujo sin sentido.
-¿Y si te digo lo linda que eres?-
Sonreíste, pero fue lo único que hiciste.
-¿Y si te digo que eres increíblemente hermosa?-
Ya estaba levantado y a tu lado, acaricié tu brazo en mis manos, sentí acelerar tu pulso.
-¿Y si te empiezo a besar? ¿Qué vas a hacer entonces?-
Y, como un cuchillo cortando mantequilla, como ondas cruzando el estanque, como hoja seca crujiendo bajo mis pies, suspiraste:
-Nada-.