lunes, 23 de agosto de 2010

La Muerte de un Caballero. 2

-¡Lo hice, lo maté, maté a Chaos vad Naplalt!-
Estas palabras, que salieron de la boca del aventurero, resonaron con un eco por todo el castillo.
Lo esclavos, al desaparecer los demonios por la muerte de Chaos, levantaron al aventurero en hombros y, echando hurras y felicitaciones, festejaron la muerte del rey.
Sebastian van Naplalt, que por tantos años había sido sinónimo de muerte, tortura y sufrimiento, ahora permanecía frío y muerto en el suelo de su castillo, víctima de insultos, bromas y patadas de parte de los esclavos.
-Señor ¿No va a recoger su espada? – le preguntó al aventurero uno de los esclavos.
-Por supuesto, no quiero que se oxide más rápido que de costumbre.-
Carcajadas emergían del grupo cuando el aventurero salió de él, se acercó al cadáver y se arrodilló junto a él.
Tomó la espada con ambas manos e hizo fuerza para desencajarla, pero no pudo.
pensó y, teniendo cuidado de no tocar el charco de sangre, levantó un poco el cuerpo.
Algo lo empujó fuertemente, voló por los aires hasta pegar con la pared y volver a caer de bruces al suelo; mareado, confundido y adolorido logró levantarse solo para volver a caer, pues la sorpresa literalmente lo hizo saltar.
El cuerpo antiguamente muerto de Chaos vad Naplalt ahora se mantenía de pie, intentando sacarse la espada encajada, dándose de golpes en el estómago hasta que, con un ruido metálico, la espada cayó al suelo.
-¿Pero… pero cómo? –Balbuceó el aventurero- ¡Yo te maté!
-¿Seguro?- le respondió Chaos.
-¡Mi espada te atravesó limpiamente y el suelo te recibió muerto!-
-Bueno, pero ahí te planteas un problema-. Le dijo Chaos con una mirada de malvada euforia.
-¿Qué, cual problema?-
-¿Cómo matar algo que ya está muerto?
-¡esto es imposible, yo vi como el brillo dejaba tus ojos y oí como pronunciabas tus últimas palabras!- el aventurero no parecía aceptar lo que le mostraban sus ojos.
-Te daré la respuesta a la duda que te carcome por dentro; cuando tu ilusión se desvaneció de mis manos supe que había caído en tu trampa, así que simplemente cambié de lugar.-
-¿Cambiaste?- el aventurero seguía sin entender.
-Verás, este cuerpo, este gran y fuerte cuerpo, para mi desagrado no es completamente mío. Lo comparto con Sebastian, si, ya sé que no es lo que todos piensas, pero no, no somos la misma persona, y normalmente soy yo quien nos rige, al “cambiar” Sebastian toma el control, pero es realmente rara esa ocasión, como por ejemplo hoy, tu respondiste una pregunta que no iba dirigida a ti…
“Cuando preguntó ¿Dónde estás? Se estaba dirigiendo a mí. Pero, finalmente debo de darte las gracias, pues ahora que no lo tengo como una carga puedo desatar todo mi poder.
Con una palmada la sala retumbó y el suelo empezó a temblar.
-¿¡Que suceaaaaaAAAH!? – gritó el aventurero mientras se sacudía una pierna, una mano cortada cayó al suelo e intentó volver a subir, pero esta vez la aplastó con el pié antes de que pudiera.
-¡Espero que hayas estudiado historia!- Chaos se elevaba en el aire, su ropa y cabello se movían por una ráfaga de aire que había parecido de la nada y hablaba con una cavernosa y tétrica voz- ¡Porque ahora sabrás lo que sintieron los soldados del rey Tórion en Valle Pacífico!
Los esclavos lanzaron gritos de horror, pues a sus pies, los que habían muerto contra los demonios se alzaban sobre sus frías piernas, algunos sin brazos, otros sin algún pié y unos pocos se colocaban la cabeza de nuevo en su lugar.
-¡A él, mis sirvientes!-
Uno de los muertos se quitó una lanza clavada del pecho y la lanzó hacia el aventurero con tal fuerza que, aunque falló por unos milímetros, alcanzó a cortarle unos cuantos pelos sobre la oreja izquierda.

Otro de los muertos se lanzó para atravesarlo con su espada, pero el aventurero ya estaba listo, saltó para atrás e, impulsándose en la pared y de una patada le hizo trizas el cráneo.
-¡Siguiente!- gritó; el esqueleto sin cabeza se levantó y lo agarró por la cabeza, pero con un simple movimiento de muñeca por parte del aventurero, del esqueleto solo quedaron cenizas.
Un horrible e indescifrable grito salió de la garganta de uno de los muertos, al acabar miró a los lados y volvió a gritar, esta vez acompañado de los demás cadáveres.
-¿Qué hacen?-susurró por lo bajo el aventurero.
Cuando el grito, el primer esqueleto levantó su espada y se lanzó contra el aventurero seguido por sus compañeros.

Chaos lo veía todo desde arriba, sentado en su trono que ahora flotaba junto con el sobre el suelo sangriento de su castillo.
Se estaba entreteniendo mucho con esto, el aventurero corría de un lado al otro, esquivando estocadas aquí y allá, lanzando hechizos a diestra y siniestra, hasta que un torso sin piernas lo agarró de las piernas y lo tiró al piso, los demás muertos llegaron en tan solo un instante y lo inmovilizaron por completo.
-Aquí es donde la historia se acaba, aquí es donde el poderoso pero amable rey le concede una muerte rápida a su adversario, el cual le suplicaba que fuera misericordioso- sentenció Chaos mientras se levantaba de su trono, se acercaba al aventurero y desenfundaba su espada, la cual empezaba a desprender una clase de humo negro.
Agarró la espada con las dos manos, la levantó por encima del aventurero y…
-¡Que muera el rey!- alcanzó a oír Chaos antes de que un esclavo impactara contra su pecho, haciéndolo retroceder.
-¡Si, que muera!- gritaban otras voces, y Chaos se vio instantáneamente cubierto de esclavos que se le colgaban, lo pateaban, lo golpeaban o hasta intentaban picarle los ojos. Forcejó hasta que uno de los esclavos tomó una espada rota del piso y se la encajó en un hoyo de la armadura a la altura de las costillas, haciéndolo sangrar.
-¡Basta!- con un pisotón, los esclavos volaron por los aires hasta pegar con la pared o, los desafortunados, con las ventanas.
-¡Gracias a esto te has ganado una eternidad de sufrimiento!- rugió al volver a acercarse al cuerpo cubierto de esqueletos, pero al quitar uno del montón notó dos cosas:
Los muertos vivientes ya no estaban vivos.
Y el aventurero ya no estaba al fondo del montón.
-¡¿Qué?!-empezó a quitar cadáveres, pero no encontró al aventurero.
Volteó y pudo ver a uno de los esclavos que trataba de ponerse de pié con los ojos fijos en una ventana abierta que daba al gris y frío exterior.
Chaos se dirigió a la ventana, no sin antes acabar con el esclavo, se apoyó en el borde y miró hacia abajo.
Nada.
Sintió una punzada en la nuca, se deslizó a un lado con una mano aún apoyada y evitó una patada en la espada por parte del aventurero, el cual salió despedido por la ventana pero alcanzó a agarrarse del hoyo de la ventana.
-No caeré dos veces en el mismo truco-. Dijo Chaos al recargarse en la ventana y empezar a desprenderle los dedos del borde.
-Pero si en uno nuevo-. Sonrió el aventurero y, con un chasquido de los dedos, la pared explotó lanzando al rey, al aventurero y a decenas de ladrillos y vidrios rotos a una caía que mataría a cualquiera.
Pero Chaos vad Naplalt no era cualquiera.
Rompiendo la armadura de Chaos por la espalda, dos largas y oscuras alas se desplegaron impidiéndole caer.
Solo se quedó ahí, mirando a su oponente caer a su muerte.


Fin del
Segundo Capítulo.

lunes, 9 de agosto de 2010

La Muerte de un Caballero.

Un horrible grito hizo que Chaos levantara la cabeza, alguien había entrado en su castillo.
Se levantó de su trono y corrió hacia el mural de la pared, en el cual brillaban pocas luces de diferentes formas y tamaños que representaban las vidas de sus creaciones, la mayoría estaban apagadas y otras se estaban empezando a oscurecer.
Levantó su mano derecha y tocó con la palma abierta el mural, haciendo aparecer cinco grandes y robustos demonios, armados con espadas grandes y toscas en cada mano, que se plantaron frente a la puerta.
Retiró la mano que había dejado cinco nuevas luces en el mural, se alisó el abrigo y volvió a sentarse en su trono, con mucha calma.
Se oían más gritos, sintió curiosidad así que aplaudió débilmente y el trono se movió hasta la ventana, dejándole a Chaos una clara vista del jardín interior.
Lo que vio hizo que la calma se le esfumara.
Ahí en el jardín estaba el dragón de la fuente, el dragón que había tomado días en domar ahora permanecía quieto, tirado en el jardín, muerto por una estocada en la cabeza y ahí, arrancándole uno de sus colmillos, se encontraba el héroe que el mismo había entrenado.
Giró la cabeza tan rápido que fue increíble que no se rompiera el cuello, en el mural de la pared la luz del dragón había dejado de brillar.
-¡Esto es intolerable!-Gritó Chaos, sin pensar en que todo el castillo lo oiría.- ¡¿Cómo se atreve a profanar mi castillo de esta manera?!
De sus ojos manaba furia y odio. Aplaudió tan fuerte como pudo, su ligero traje se transformó en una imponente armadura negra y un aura oscura le rodeó el cuerpo.
-¡Ahora verá ese infeliz!-Volvió a gritar- ¡Comparemos el poder de Chaos vad Naplalt, portador de la sombra contra el de un simple campesino!
Con una fuerte palmada todos los demonios y viles criaturas que él había creado y que no estaban muertas aparecieron como guardias fuera y dentro de la sala del trono; las puertas y las ventanas se cerraron de golpe.
Chaos levantó ambas manos.

-Vengan a mí, poderes de la oscuridad
Vengan a mí, demonios y titanes
Lléneme de sus poderes infernales
Para poner en acción mis planes. –

Un sentimiento de calor e ira recorrió su cuerpo, ahora tenía más poder que cualquier entidad conocida.
Con una nube de humo, un pequeño demonio apareció frente a él.
-¡Mi lord, mi lord!-le gritó el demonio con una aguda voz.- ¡Mi lord, se está acercando, ha matado al dragón, ha roto el sello y ha liberado a los prisioneros, el castillo es un caos!
-Lo sé.-
-¿Lo sabe?- El demonio lo miró sin comprender.- ¿¡Entonces porque no hace algo!?
-Déjalo venir, deja que venga a purificar mi castillo, deja que venga a destruir mis demonios y a destruir mis creaciones, pues su único propósito es destruir mi sombra y hacer que la luz regrese a este mundo.- Chaos se levantó de golpe- ¡Deja que atraviese mis paredes con su espada, que destruya mis muebles con su magia o que se robe mi dinero en sus bolsillos, pues ni siquiera los gusanos van a querer tocarlo cuando acabe con él!
Con otra nube de humo el demonio se esfumó de la sala.

El silencio cubrió la habitación, solo se oía la fuerte respiración de los demonios. Lentamente, Chaos regresó a su trono, clavó la mirada en la puerta y esperó.
Un sonido retumbó por el palacio, un sonido que le recordaba a Chaos la batalla del Valle Pacífico y al ejército del Rey Tórion masacrando a sus tropas.
Pasos, oía cientos de pasos, no de demonio, pasos de humanos, muchos humanos se acercaban hacia él.

-¡Ataquen!- gritó una voz.
Los pasos ahora corrían mientras muchas voces gritaban. Metales chocaron contra metales. Voces humanas y demoniacas gritaban conjuros y maldiciones.
La curiosidad lo volvió a vencer; con una palmada la puerta se abrió de golpe, haciendo volar a quien se encontraba cerca.
Demonios, criaturas y humanos atravesaban, cortaban, golpeaban, aplastaban, hechizaban y maldecían por igual.
Los grandes demonios de Chaos no resistieron la tentación de unirse a sus hermanos en la carnicería así que, con las espadas listas, se lanzaron a la batalla.
Chaos lo miraba todo con indiferencia, aplaudió levemente y empezó a caminar pisando cadáveres.
Una flecha se dirigió hacia él, pero rebotó en el escudo mágico que le rodeaba el cuerpo.
-¡Chaos, al fin te encuentro!- Le gritó una voz, Chaos volteó entretenido.
El caballero corrió hacia Chaos con la espada desenfundada, lanzó una estocada que le rebotó contra el pecho y una patada que no hizo mayor daño a las piernas.
Chaos le pateó la espinilla haciéndolo caer de rodillas para después golpearlo en la cara con el mango de su espada al desenfundarla. El aventurero voló por los aires hasta chocar con la pared y caer de bruces en el suelo.
-¡Y hasta crees que tienes el poder suficiente como para siquiera tocarme!- soltó Chaos con una carcajada.
El aventurero se levantó de un salto, parecía como si nada le hubiera pasado, levantó las manos hacia Chaos y empezó a hacer círculos en el aire.
-¡oh, por favor! ¿No me digas que crees que tu miserables conjuros me pueden afectar?- se burló mientras volvía a reír.
El aventurero se detuvo aún con las manos en el aire, murmuró algo por lo bajo y aventó las manos hacia Chaos.
Un dolor increíblemente fuerte en el pecho hizo que Chaos cayera sobre su espalda, era como si miles de dagas ardiendo se le clavaran en el pecho y empezaran a girar.
-¡¿Qué clase de magia es esta?!- Aulló Chaos mientras intentaba quitarse las dagas, cuando no había ninguna.
-¿Qué opinas de mi magia ahora, Sebastian?- sonrió el aventurero.
Chaos dejó de sentir dolor, se levantó como si nada y lanzó una furibunda mirada al aventurero.
-¿Cómo me llamaste?- gruñó Chaos.
-¿Qué preguntas, Sebastian?- le respondió su enemigo – ¿Qué por qué usé el nombre que tu padre te puso al nacer?
-¡¿Cómo osas mencionarlo en mi presencia?!- le gritó Chaos con un enojo inmenso- ¡¿O cómo siquiera crees que puedes dirigirte a mi usando ese insulto de nombre y creer vivir para contarlo?!
La ira era inmensa, fluía como fuego en sus venas.
-¡Pues sí, si me atrevo a nombrar a tu padre! – Le espetó de nuevo el aventurero con tono valiente y desafiante -¡Y me atrevo con más osadía a nombrar a la única persona capaz de obligarte a rendirte en la victoria, Valeria vad Naplalt!
-¡Suficiente!- Chaos se abalanzó espada en mano contra el aventurero, lo alcanzó le tomó del cuello y lo atravesó con su espada.
-No eres tan valiente ahora ¿eh?- le susurró al oído, pero lo soltó enseguida, el aventurero se desvanecía como humo entre sus dedos.
-¡¿Qué demo… dónde estás?!-
-Aquí, desgraciado- dijo una voz detrás de él, sintió un fuerte dolor en la espalda, seguido por otro más fuerte en el estómago.
El aventurero lo había atravesado con su espada. Sentía como algo caliente le subía por la garganta y salía por su boca; primero se miró el estomago, se podía ver la punta de la espada saliendo de su torso, después se tocó la boca y se miró las manos, negras, empapadas de su propia sangre. Finalmente se desplomó soltando sus últimas palabras.
-So… Sofía, perdóname-.


Fin del
Primer Capítulo.

jueves, 1 de julio de 2010

Thuron y Maly

Thuron se guardó su pequeño telescopio en el bolsillo y salió de su casa.
Caminó un pequeño tramo y estuvo frente a una casa muy rara, con partes de maquinas saliéndole por todos lados.
Thuron se acarició la barba y tocó el timbre. Un fuerte rugido recorrió la casa, pero se apagó rápidamente.
Pudo oír algo tras la puerta, cerradura que se abrían y fierros que se movían.
La puerta se abrió de golpe, cegando a Thuron por unos instantes
Cuando se acostumbró a la luz, pudo ver a un pequeño gnomo, con una calva cabeza y largos bigotes blancos
-¿Listo para irnos, Maly?-le preguntó Thuron, sin dejar de acariciarse la barba.
-¡Claro que sí!-le respondió el gnomo, saltando fuera de la casa y cerrando la puerta tras el.- ¡He estado esperando esto por mucho tiempo!-
Emprendieron camino por el largo sendero de tierra que servía como calle.
Caminaron varios kilometros, hasta que no pudieran ver nada de luz aparte de la de la luna.
-Creo que este es el puesto apropiado, Thur-Le dijo Maly, y empezó a desempacar cosas de su mochila, un mantel, un telescopio, varias botellas, etc.,
-Tranquilo Maly, que las estrellas no se van a ir.-le dijo Thuron con una sonrisa al sentarse a un lado.
Pasaron las horas, las botellas estaban vacías y ambos compañero exploraban los cielos tirados sobre el mantel, empezaron a hablar sobre como gastarían la fortuna si descubrieran una nueva estrella
-Así que, Thur, ¿es cierto lo que dicen?-le pregunto el gnomo-¿Es cierto que hay seres que viven allá arriba?
-No creo que sean nada más que pájaros, Maly.-le respondió Thuron con un bostezo, sacó su reloj de bolsillo y se sorprendió al ver que ya eran las 4 de la madrugada
-Yo sí creo, Thur, yo creo que hay seres que nos observan día y noche.
-no me vas a decir que te estás volviendo religioso, verdad Maly?-le preguntó Thuron, rascándose la cabeza-lo que nos faltaba ¡un científico religioso!
-Tan solo digo que hay un ser o seres que nos miran, Thur, pues me ha parecido ver ojos cuando me pongo a investigar los cielos
-Mira Maly, ¿ves esa estrella fugaz?-le preguntó Thuron, señalando una línea blanca que rayaba el cielo-te aseguro que no hay ningún ser que la controle.-
-eso no es una estrella fugaz Thur, es demasiado grande, parece mejor un cometa.
-¿cómo que demasiado grande?
Thuron volvió la mirada al cielo, tan solo para sorprenderse de que lo que antes creía que era una estrella fugaz ahora era 20 veces más grande.
-¿Que demo...?-Thuron quedó boquiabierto por un segundo, pero reaccionó al instante.- ¡Meteorito, Maly, y viene hacia acá!
Maly no se movía, como hipnotizado por el resplandor del meteorito, cada vez más cerca, cada vez más rápido.
-¡Maly, muévete!-le gritó Thuron, pero al ver que este estaba a punto de ser aplastado por el meteorito, corrió hacia él y logró empujarlo a un lado.
El impacto alzó una gran nube de humo, Thuron se había pegado en la cabeza y Maly tenía un tobillo torcido, pero no tenían nada grave.
Lograron ponerse de pie e intentaron ver a través de la nube de humo, pero no podían ver más allá de sus narices.
-¿Sabes cuánto nos darán por un simple pedazo de roca, Maly?-preguntó Thuron emocionado-¡¡¡podríamos venderlos cada uno a 500 monedas de oro!!!
Thuron empezó a correr hacia la zona que había sido impactada, pero el polvo no lo dejaba ver muy bien, y tropezó con una roca, cayendo de pecho en la tierra.
-¿Thuron, estás bien?-preguntó la voz de Maly a través del polvo.
-Si, solo fue un golpe, le respondió levantándose-ya estoy bien, ya estoy...
Thuron quedó con la boca abierta, delante del estaba un muchacho, justo en medio del cráter.
Maly cayó al igual que Thuron y lo distrajo por un segundo, pero al levantarse ambos observaron al joven.
El polvo empezó a disiparse y amos pudieron ver mejor al muchacho.
La larga cabellera negra le llegaba hasta los anchos hombros, su piel era de un extraño color gris, pero lo que más les llamó la atención fue el extraño color gris de su piel.
Además, llevaba sobre los brazos una figura acurrucada, la cual tenía unas grandes alas blancas de águila saliéndole de la espalda.
-¿Donde está el cometa?-preguntó Thuron, aún asombrado por la presencia del joven y la figura en sus brazos
-Creo Thur-le respondió Maly.-Que ellos SON el cometa.-
Thuron tardó un poco en entender lo que le acababa de decir su compañero, y cuando lo entendió abrió los ojos como platos.
El joven, que los había estado observando durante todo esto, no les dio mayor importancia y empezó a caminar fuera del cráter, con paso lento pero firme.
-¡Hey, espera!-le gritó Thuron, que se había levantado de un brinco, pero el joven no se detuvo.
Maly, ya levantado, se ocultaba temeroso tras su compañero.
Alcanzaron al joven pero, antes de que siquiera pudieran agarrarlo, quedaron tiesos al ver los que llevaba en brazos.
Una joven, realmente joven, de impresionante belleza, largos cabellos negros como la noche y vestida con una simple túnica plateada. La joven se encontraba inocente y, por lo que pudieron apreciar, estaba herida gravemente en la cabeza.
-Un ángel-dijo Maly en un suspiro.
El joven volteó a verlos algo molesto por la interrupción, pero siguió su camino.
Avanzó unos cuantos pasos, se detuvo y se flexionó sobre su abdomen.
Thuron y Maly quedaron atrás, pendientes de las acciones del joven, y este, con un feroz rugido, desplegó dos grandes alas de murciélago, hasta ese momento ocultas, de su espalda.
Los dos compañeros saltaron hacia atrás por la sorpresa y por poco no cayeron de nuevo en el cráter.
El joven se agachó, tomó aire e, impulsándose fuertemente dio un salto al aire, agitó sus alas y empezó a volar.
Thuron tenía la mandíbula dislocada por culpa del asombro y Maly no dejaba de sobarse los ojos.
El joven ya empezaba a perderse en la noche cuando los dos amigos reaccionaron y corrieron tras él.
-¿eh, Thur?-le preguntó Maly, aguantando la risa.
-¿Si, Maly?-le contestó Thuron, sorprendido por oír de nuevo la voz de su amigo.
Maly se paró un segundo, le apuntó al joven y rió antes de volver a correr tras él:
-¡Te lo dije!-





FIN

miércoles, 23 de junio de 2010

La Muerte del Coronel Guillermo Andrade.

¿Es cierto que la furia me trajo a esto?
¿O fue simplemente el amor que sentía?
¿Es cierto que me dejé llevar por mis instintos ciegos en vez de razonar?
Los grilletes me lastiman muñecas y tobillos, pero me siguen obligando a caminar, no puedo detenerme.
El frío y oscuro pasillo se asemeja más a la boca de un lobo que a la verdadera construcción y da la fea sensación de miedo y desesperación.
No hay más luz que dos flamas situadas a lo lejos, al final del pasillo, como los fuegos faustos que atraen a uno a su perdición.
Mis pies descalzos apenas pueden mantenerme de pie, sintiendo el frío del húmedo suelo subiéndome por las pantorrillas, ascendiendo por mi espalda y llegando a mi nuca, cada paso es un clavo frío en la cabeza.
Puerta grises pasan a mi lado, detrás de algunas oigo gritos y el horriblemente familiar sonido de acero candente contra la piel, de otras simples llantos, como si los ocupantes supieran que sólo les queda rezar; y de las últimas sólo se oyen susurros, pero sólo si uno se quedaba en silencio absoluto.
La puerta al final del pasillo se encuentra cerrada, un brillo anaranjado se cuela por las grietas de ésta, pero se pierde en la oscuridad dentro.
Uno de los hombres que me ha dirigido abre la puerta con esfuerzo, y el metal negro de ésta se mueve lentamente, haciendo un crujido que hace que los gritos de las celdas pasadas aumentaran.
Otro hombre me empuja desde atrás hacia afuera, haciéndome tropezar y caer al sucio suelo.
El polvo se me pega a la mugrienta barba, recordándome el ya casi olvidado aroma que tenia la tierra. Me levantan rápidamente y me siguen empujando.
El patio se encuentra lleno de gente, tanto conocidos como cualquier extraño. Cuatro grandes brazas puestas en cada esquina del patio logran alumbrarlo perfectamente a la mitad de la noche. Las estrellas en el cielo miran la escena como si no quisieran perderse detalle alguno de lo que acontecerá.
El camino al centro del patio me resulta bastante corto, la gente me grita cosas, pero no me importan, algunos me lanzan objetos, pero sólo llegan a mancharme el ya mugriento camisón.
Al llegar, los dos hombres me empujan escalones arriba, tres escalones de madera arriba.
El griterío aumenta, otros dos hombres están arriba, uno con una gran capucha de cuero y el otro con un elegante traje.
El del traje saca un sobre de uno de sus bolsillos mientras soy conducido al centro del podio sobre una trampilla, el de la capucha se me acerca.
-¿Me perdona?-le oigo susurrarme al oído, pero ya no tengo fuerzas para contestar, así que solo hago un simple asentimiento con la cabeza.
-El presente, Guillermo Andrade, es encontrado culpable de los siguientes cargos.-lee el del traje, y hace que la multitud se calle- robo de bienes, disturbio público, traición contra la corona y el asesinato…-se ajusta los lentes como si le dificultara leer lo siguiente-del matrimonio de Roberto y Sofía Suzarte.-Hace una pequeña pausa y le da la vuelta al papel.-Por lo cual es sentenciado a colgar del cuello hasta su muerte.-
La multitud no dice nada, nadie protesta, nadie celebra, todos esperaban en silencio.
-¿Hay algo que el acusado quiera decir en su defensa?-El de traje ni siquiera me voltea a ver, obviamente la pregunta era mera obligación.
-Sí, hay algo-le respondo, para sorpresa de los demás presentes.
Respiro profundamente y empiezo:
-Soy culpable de casi todo lo que se me acusa, aunque hay algo mal en esa sentencia.- dice mi voz, que por milagro casi no había sufrido daño de los gritos que había dado en mi celda-Yo no mate a Sofía Suzarte, fue su esposo, Roberto Suzarte, quien lo hizo.-
Un gritó ahogado recorre a la multitud, pero enseguida vuelven los abucheos y gritos.
-Yo amaba a Sofía, y me encuentro incapaz de hacer algo que la molestase siquiera-. Las lágrimas llenan lentamente mis ojos-. Cuatro años soporté las pruebas, cuatro años me aguanté las ganas de intervenir, pues Sofía me suplicaba que lo olvidase. Verán, Roberto Suzarte era un ebrio y abusador-un tomate impacta en mi cara, haciendo que me detenga por un segundo, pero continuo al instante-¡Fue hasta que la pobre Sofía no tenía ya las fuerzas para levantarse que dejé a un lado sus súplicas e intervine!
-Entré a la casa de los Suzarte, alegando tener un importante mensaje para Sofía, y busqué por todos los cuartos hasta que, al pasar frente a una puerta me encontré frente a frente con ella. “Debemos salir” le dije “antes de que Roberto aparezca”. Me incliné hacia ella y le bese los hermosos labios. Pero me distraje, y eso fue lo único que necesitó Roberto para disparar de entre las sombras, no se a quien le apuntó, pero la bala me rozó las costillas e impactó en el centro del pecho de Sofía.
-Reaccioné al instante y me lancé contra Roberto, derribándolo y haciéndolo caer escaleras abajo.
-Estaba cubierto por la sangre de Sofía y oí al ama de llaves gritar al verme, supe que nadie creería mi historia y salí a la oscura calle, perdiéndome en la noche.-
La multitud esta en silencio, todos habían prestado la mayor atención a mi relato.
El de traje sigue sin mostrar interés alguno, como si lo que acaba de escuchar fuera otra excusa de cualquier delincuente.
-Si el acusado no tiene nada más que decir-comenta de pronto, al ajustarse las gafas-la sentencia pasará a cumplirse.-
Negó con la cabeza y una única lágrima baja por mi mejilla para perderse en mi sucia barba, el encapuchado se acerca al extremó del podio donde esta una palanca. Una negra nube empieza a cubrir el cielo, se oyen cuervos graznar no muy lejos.
¿Perdoné al verdugo, pero me perdono a mi mismo por no salvarla?
El encapuchado jala la palanca, la multitud vuelve a gritar, la trampilla se abre y yo caigo por ella, tensando la gruesa soga que tengo al cuello.

Jaime Almírez

Un martes, como cualquier otro martes, el joven Jaime Almirez se despertó para, como a él le gustaba decir, sobrevivir otro día de su vida.
Se levantó aún con el sueño en la mente, pero borroso y distante. Recordaba poco de sus sueños, no recordaba donde habían tenido lugar, o cual había sido el drama del sueño. Lo único que si era claro en su cabeza, lo único con lo que soñaba noche tras noche, sueño tras sueño, era en la linda figura de Amaranta Gutiérrez.

Al vestirse y ponerse la misma ropa que había tenido por un largo tiempo, recordaba la primera vez que la había visto, años atrás, en una ocasión cuando la encontró entre todas las chicas que se formaban a un lado de todos los chicos, con tal de que la excursión por el edificio en construcción fuera lo más ordenada posible. La fría mañana de noviembre obligaba a todos a usar sus más abrigadoras ropas, pero aún con los centenares de abrigos iguales, Jaime Almirez quedó atrapado por esos ojos, oscuros y profundos ojos.
Al deslizar la hoja de la navaja contra su barbilla y sufrir una cortada accidental por un leve temblor de la mano, Jaime recordó como, al parecer, Amaranta no sufrió la misma reacción al verlo, lo conoció por primera vez y lo conocería por mucho tiempo mas como tan sólo un amigo, puede que llegara a un muy buen amigo, pero un amigo a fin de cuentas.

Arregló todos sus cuadernos y libros, dispuesto a salir hacia el colegio lo más pronto posible, subió al coche, dejó a su madre conducir por las turbulentas calles que pueden ser la avenidas de la Ciudad de México por las mañanas y se recostó en el asiento, intentando recuperar aunque fueran unos minutos de sueño.
Pero, por alguna razón, ese día las memorias estaban regresando más de lo normal, y así se vio sumergido en los dos años en los que Amaranta había sido su razón de levantarse. En como hablaba con ella por horas, con la inocente (ilusa) intención de enamorarla.
Se rindió del intento de dormir, pues al cerrar los párpados se le abrían los recuerdos.
Se desinteresó rápidamente de las palabras que salían de la radio, pues hablaban sólo de muertes, de asesinados y desaparecidos, y era demasiado temprano en el día para escuchar eso.
Así que, marca obligatoria de todo adolescente, cual vaquero de película desenfunda el revólver, desenfundó su indispensable reproductor de música, y, colocándose los ya bastante mugrientos audífonos, pasó a buscar alguna canción que lo alejase.
Los tamborazos y los riffs de guitarras resonaron a todo volumen dentro de su cabeza, borrando todo recuerdo mal recordado, los versos de la música tenían el menor sentido posible, y así le gustaban, no quería entenderlos, solo quería que no lo dejaran pensar.
Pues pensar era algo que no le traía cosas buenas al muchacho Jaime Almirez, en una ocasión, por pensar demasiado las cosas, había arruinado la oportunidad de besar a Regina Herrutia, chica que en ese entonces él consideraba la más guapa de todo el mundo.
Así que, cada vez que se quitaba los audífonos, lo hacía porque sabía que algo más lo iba a entretener, ya fuera las páginas de un buen libro, la lección del algún maestro o, lo que se presentaba en ese momento, los gritos de su madre para que abriera los ojos y se bajara del coche, pues ya habían llegado a la escuela hacia diez minutos.

se dijo al entrar por las rejas rojas y ver cómo, lo que lo recibía en la querida institución, eran los rojos labios de Amaranta Gutiérrez sobre los labios de su actual novio, un niño bonito con el nombre de Cristóbal León, con el cual Jaime nunca había mantenido una plática de más de cinco minutos, con nada de malo pero tampoco nada de bueno, o al menos así es como lo veían sus ojos ciegos de celos.
Dos largos años se había tardado en pelear contra la corriente por conseguir el rosar de esos labios, dos largos años había disfrutado las interminables pláticas, de haberla visto en brazos de otros novios. Y sí, sentía algo de furia al ver como no se le daba la oportunidad. Pero se había mentido a si mismo desde entonces, diciéndose que ya no la buscaría más, que ella debería de darse cuenta. Sonrió, rió por lo bajo al pensar eso y se colocó la capucha de la sudadera al sentir las primeras gotas mensajeras de un aguacero en unas horas.

Y, así tan rápido como lo recibió ese ósculo que profetizaba un mal día, se escurrió entre la marea de niños y niñas que entraban con él y subió a su salón en el tercer piso por las frías y mojadas escaleras, ahora vueltas trampas mortales por culpa de las torrenciales lluvias.
Sus amigos lo saludaban al verlo subir, estrechó las manos de muchos de ellos, abrazó a unos cuantos y besó a sus amigas que, alegría interna de Jaime, seguían queriéndolo.
Su profesor de historia, un señor ya mayor llamado Melquiades Ochoa, con aspecto de levantador de pesas pero pensamiento de catedrático de universidad, era famoso por llegar demasiado a tiempo, así que, al llegar a su salón, lo encontró apuntando nombres y fechas de la revolución mexicana en el pizarrón.

-Buenos días, Jaime-Lo saludó el profesor con el cariño que le tiene al primero que entra en su clase. Añadió con tono burlón al verle la cara de cansancio: -No hay que desvelarse estudiando, muchacho.-
Jaime sonrió y le respondió los buenos días, pero se sentó en su banca y, después de haber copiado velozmente los apuntes y observado que aún faltaban más de la mitad de la clase, buscó en su mochila, eligió uno de los tantos libros que llevaba ahí para entretenerse y se sumergió en la lectura, recibiendo los besos de sus amigas y los abrazos de sus amigos que iban llegando poco a poco a ocupar el aula con indiferencia.

Amaranta entró no muy tarde, el profesor Melquiades apenas acababa de pararse a iniciar la clase, así que no le prestó mucha atención a la silueta que se deslizaba ágilmente hacia los pupitres, pero Jaime si la notó, siempre la notaba.
La clase no tuvo mucha importancia, Jaime, fanático de la historia, ya fuera mexicana o rumana, de hace siglos o de la semana pasada, se sabía las desventuras de Doroteo Arango, tema de la clase, al derecho y al revés.
Justo cuando Amaranta volteaba pidiendo algo con que escribir, Jaime alzaba la vista al creer haber oído su nombre, y sus miradas se encontraron, una mirada triste de parte de Jaime, y una mirada comprensiva de parte de Amaranta, como si ella supiera a que se debía su tristeza.

Y esa simple mirada fue lo que desencadenó, cual mortal mirada de medusa, los hechos que volvieron ese ordinario martes en un hervidero de chismes y rumores.
Con ese abrazo tan triste de los ojos, Jaime se decidió; había vivido demasiado tiempo en el silencio, demasiado tiempo sin decir nada; pero ese día cambiaría las cosas, ese día se lo diría, le confesaría a Amaranta Gutiérrez lo que sentía en el fondo de su corazón.
Así, al finalizar la clase de historia, el profesor Melquiades había terminado la clase con una tarea de buscar 10 puntos acerca de por qué la vida en tiempos de la revolución era mejor, la horda de holgazanes sedientos de oxígeno abandonó el salón como si corrieran de un incendio. Y Jaime aprovechó ese instante para acercarse a Amaranta, abrazarla de los hombros y susurrarle al oído lo que había callado esos dos años, decirle todo lo que la quería, prometerle el Sol, la Luna y las estrellas, lo que ella quisiera con tal de estar los dos juntos.

El haberle dicho la verdad a su, con fortuna, próxima enamorada, hizo sentir a Jaime una felicidad que solo aumentó al descubrir la sonrisa tímida y ver cómo el nuevamente hermoso rostro de Amaranta se sonrojaba.
Pero el sentimiento no le duró mucho, ya que se fue de bruces contra la pared de enfrente al ser golpeado en el espalda. Sin saber que o quien había sido el cabrón que le había negado disfrutar al fondo ese momento de felicidad, Jaime se dio la vuelta y se encontró cara a cara con el niño bonito, que, al haberse escapado de su clase de tediosa geografía, había venido al aula de su novia con la intención de sorprenderla, pero al final, los tres se llevaron la sorpresa.

La mirada asesina de parte de Cristóbal fue la sentencia de Jaime, y tan veloz como pasan las horas cuando uno ríe, veloz pasó el día, para dejar a Jaime Almirez en unas canchas abandonadas a unas cuanta cuadras del colegio, rodeado de una horda de pubertos espera-sangre y recibiendo puñetazo tras puñetazo de parte de Cristóbal León, el cual, iracundo por celos, descargaba sus golpes contra el cuerpo de Jaime, el cual se cubría como podía.
Recibió un puñetazo en el pecho, lo cual lo hizo hacerse para atrás, pero aprovechó el momento, esquivó otro puñetazo, este dirigido al rostro, y soltó toda una sarta de golpes en el estómago de su contrincante.
Al parecer, los golpes no hicieron nada más que aumentar la furia en Cristóbal, el cual, lanzando un grito incomprensible, tomó a Jaime de su ahora mugrienta y rota camisa, lo elevó con una barbárica fuerza y lo aventó hacia el suelo.
El impacto no fue lo más doloroso, pero la piedra que se clavó en la espalda de Jaime lo hizo retorcerse de dolor, una piedra camuflada en el gris del cemento, que nadie había visto antes de que empezara la pelea o durante ella.

Así que ahí se encontraba Jaime, con una piedra clavada en su espalda, muy cerca de la nuca, muy cerca de matarlo al darle en la columna, los espectadores reían ante sus retorcimientos de dolor, pero había tres rostros que no mostraban sonrisa.
El profesor Melquiádez Ochoa corria hacia la escena, con una clara preocupación y temor en el rostro.
Amaranta Gutiérrez había observado toda la escena sin apoyar o abuchear a ninguno de los dos, solo había sido la silenciosa espectadora de tal golpiza, sin levantar un dedo para que alguno se detuviera.
Y Cristóbal León, el cual, creyendo que con un golpe en la cabeza dejaría a Jaime inconsiente, pero sin saber de la roca en el cuello de su próxima víctima, caminaba lentamente hacia él, fúrico.

¿Llegaría el profesor Ochoa a tiempo para salvar a su primer alumno del día? ¿Dirían algo los rojos labios de Amaranta que calmara al niño bonito y lo hicieran retirarse de la contienda? ¿O ahí acabaría la vida de Jaime Almírez, con la nuca y el corazón rotos, tirado en frente de todos, lo que luego mentirían haber visto la roca y gritarle a Cristóbal que se detuviera, pero este estaba sordo de furia y acabó con la vida del joven estudiante en un trágico accidente? ¿Cómo terminaría esta tragedia adolescente?