miércoles, 30 de noviembre de 2011

Capítulo 8 "Conflicto"

La alarma del despertador resonó todo el trayecto desde la cómoda a un lado de la cama de Julián hasta hacerse añicos contra la banqueta que se veía por la ventana.
No había razón para levantarse, ya no había razón para siquiera despertar y tener que soportar un día gris, monótono, aburrido y, más importante, sin amor. Un día como todos los demás en el futuro de Julián Vásquez.
Ya no le era suficiente su presencia lejana, ya no le bastaba con verla.
Quería besarla, abrazarla, hacerla suya y no dejarla ir.
Para ello, Julián consideraba que el único método de llevar a cabo estas fantasiosas ideas era haciendo lo que jamás había hecho. Iba a tomarla de las manos y a contarle todo lo que sentía por ella, seguramente así ella vería la magnífica persona que tenía delante y quedaría locamente enamorada de él. No podía fallar, en las películas siempre funcionaba.
Dedicó toda la mañana en recrear los hechos del día anterior. En recordar su sonrisa, el calor de sus dedos, su voz. Y estos recuerdos lo llevaron a pensar en el demonio, ese ser de inigualable maldad el cual había atrapado entre sus garras y sus pezuñas a lo único por lo que valía la pena vivir.
Lentamente el odio fue llenando el cuerpo de Julián Vásquez.
Levantó bruscamente el colchón, tumbándolo de lado, sacó el mural de fotografías escondido bajo este.
Desplegó todo el mural sobre una pared, cubriéndola casi por completo.
Tomó cinta adhesiva y pegó los extremos, redecorando su cuarto con lo que debería de haber estado en las paredes desde hace mucho tiempo.
Allí estaba ella, frente a él, tan perfecta, tan inocente, tan deseada. Sintió un fuerte deseo por ella, por su cariño, por su cuerpo. No la quería compartir con nadie más.
Días después de este incidente, agentes de la ley entraron a fuerzas al cuarto de Julián, para descubrir la pared de fotografías y, pintadas sobre ellas con gruesos trazos de tinta negra, tres palabras “ELLA ES MÍA”.
Pero, regresando a la historia en curso, Julián metía tres dedos en un frasco de tinta y manchaba las fotografías que tanto había adorado. Algo estaba cambiando dentro de Julián, y él intentaría cambiar a todo lo que lo rodeaba.
No supo cómo, pero las horas se deslizaron fugazmente por las manecillas del reloj. Su ritual se vio interrumpido por la alarma del segundo despertador, el cual sufrió, acompañado con un rugido de furia, el mismo castigo que el primero.
Con la respiración acelerada y el corazón luchando por escapar de ese pecho lleno de odio, Julián se vistió apresurada pero impecablemente, incluso estrenó un par de zapatos que le habían regalado en su cumpleaños pero no había tenido oportunidad de usarlos.
Julián salió de su casa preparado para, en el peor de los casos, irse al mismo infierno con todo el planeta.

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