miércoles, 30 de noviembre de 2011

Capítulo 9 "Clímax"

Julián lanzó un grito de ira y se abalan...
Perdón, aún no llego a escribir esa parte de la historia, pero ésta maldita máquina quiere saber como acaba; por favor olviden lo que acaban de leer, le quitaría emoción.
Ella cruzó el portal de la escuela cual Dante andante. Pero el Virgilio que la esperaba dejaba todo hecho cenizas.
Julián vio las marcas del demonio en su cuerpo, vio las quemaduras que sólo podrían sanar con el toque de su mano.
El río de gente la hundía y la sacaba de su vista. Pero Julián podía sentir donde estaba, podía guiarse hacia ella con los ojos cerrados.
Se sumergió en la gente, nadó hacia ella con fuerza y, al salir junto a ella, la tomó del brazo y ambos salieron a la orilla, con la arena caliente quemándoles las suelas de los zapatos.
-¿Qué crees que estás haciendo?-Julián le exigía respuestas, respuestas que sabía ella contestaría con lagrimas y súplicas de perdón-¿Por qué me haces esto?-
Ella lo miraba estupefacta, como si no reconociera el idioma, como si el pesar en su corazón fuera tan grande que no quisiera aceptar su culpa. Se soltó del agarre de Julián y dio un paso atrás.
-¿Es que ya no me amas?-Julián preguntaba con enojo, su rostro empezaba a deformarse en ira.- ¡Respóndeme!-
Ella se lanzó al río y se alejó de Julián, el cual estaba abatido ante su pensamiento de que el pesar en el corazón de ella la hacía huir para no enfrentar sus hechos.
Pensó en seguirla y estaba a punto de hacerlo, cuando el olor a azufre emergió del aire. Ahí, al otro lado de la calle, el demonio esperaba una vez más, con una sonrisa burlona sobre el rostro.
La recibió con un fuerte abrazo y así se la llevó, mientras ella, víctima de un fuerte hipnotismo, se acurrucaba en su pecho.
Todo se volvió ceniza alrededor de Julián, pero él ya no era el mismo de antes. Lo siguió, los espió y, cuando ambos entraron por las puertas de lo que parecía el infierno en la tierra, Julián esperó afuera.
Esperó durante bastante tiempo. Su mente vaciló por libros y canciones, por películas y pinturas, todo estaba girando en la cabeza de Julián Vásquez. Pero justo en el centro de la tormenta se encontraba, inamovible, el pensamiento de ella y la necesidad de hacerla única e inquebrantablemente suya.
No supo cuanto tiempo pasó, pero ya era de noche cuando la vio salir y escapar hacia una avenida repleta de sombras. Pero no la siguió a ella. En ese momento tenía que encargarse de otro asunto.
Se acercó a las puertas infernales y, en un arrebato de valentía o estupidez, tocó el timbre.
El diablo estaba parado frente a él, el espantoso aroma de azufre ardiendo le quemó la nariz.
El diablo le habló con una risa burlona. Le contó que lo había visto los días anteriores, que ella le había contado todo, que no sabía si tenerle compasión o burlarse de él.
Julián escuchó impasible, rechinando los dientes y, cuando el demonio empezó a decir tonterías de cómo todo era un invento absurdo, Julián cerró el puño de su mano derecha.
La boca del demonio se abrió una vez más:
-Todo es una estúpida mentira-.
Julián lanzó un grito de ira y se abalanzó contra él.
Ambos descendieron dando tumbos hacia el abismo.

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